CINE, PORFIRIO Y LA REVOLUCION MEXICANA HOLLYWOODENSE. ..
Ya existía el teléfono, la prensa y el cine en la época de don
Porfirio Díaz. La radio se acababa de inventar pero aun no llegaba a México. La reglamentación existía, pero aún no se
tenía concebido la utilización de los medios de comunicación, como un instrumento
de control y propaganda sobre las conciencias.
Sin embargo, la máxima romana, “al pueblo pan y circo”, existía también en la sociedad porfiriana;
el teatro de tandas, la fiesta de toros, el Jockey Club a la Alameda y desde
luego, el nacimiento del cinematógrafo, son muestra de cómo el régimen
porfiriano, trato de llevar a cabo, el cambio social que requería. Cambio, que
no pudo consumar el Dictador.
El teatro de tandas, también conocido, como “teatro de barriada”,
era considerada para la gente vulgar, fuente de vicio y prostitución. El
gobierno del Presidente Diaz, instruyó a su Secretario de Instrucción Justo
Sierra, para que impulsara una compañía teatral mexicana, que montara obras que
contribuyeran a moralizar al pueblo y alejarlo de la popular zarzuela, también
conocido como “género chico”. Nadie mejor que la compañía teatral de Virginia
Fabregas, fuera quien promoviera “El Ateneo Mexicano”, pero el proyecto, no se
consumaría, la demanda de las clases obreras, preferirían mil veces pagar por un
espectáculo de humor rojo, que por sermones literarios. Y es que el teatro de
calidad, no era negocio. Ningún célebre artista era conocido por el “popul”,
más que por la clase oligárquica que gobernaba el país por décadas. Ejemplo de
ello fue la cantante italiana Adelina Patti quien dio sólo cuatro conciertos en
El Teatro Nacional de aquel año de 1886, en la que asistiría el Presidente y la
Primera Dama, Carmelita Romero Rubio; después vendría la actriz dramática Sarah
Bernhart, pero nadie la conocía. Se llevaría también a cabo la obra de “Cyrano
de Bergerac” o la opera de Aida”. Sin embargo, el populacho apostaría más por
pagar las tandas de los teatros ambulantes de Rosa Fuentes o Manuel Briseño,
que se encontraban establecidos en la Colonia Guerrero.
Y es que nada mejor, que ver la española Soledad Alvarez, alias
“La morronguita”, para despertar viejas pasiones; o ir a los salones de baile,
para escuchar y bailar alegremente las polka de “las Bicicletas” de Salvador
Molet; o ir a las plazas de toros de la Condesa, Bucareli o San Rafael.
Cualquier espectáculo podía entretener a esa sociedad proletaria, pero nada
mejor, que uno para cambiarle la conciencia: El cine.
Las imágenes en movimiento utilizando el cinematógrafo, fue
patentado por los hermanos Lumiere en 1895. Aunque bien, tanto Europa
como en Estados Unidos se hablaban de diversas tecnologías que en el México
porfiriano se desconocía. Inventos como el kinescopio o el kinetógrafo de
Thomas Alva Edison, o las salas de cine que apenas se abrían en Nueva york, se
encontraban aún muy lejos, de que algún día llegaran a la Ciudad de México, aun
con mucho mayor razón, a cualquier otra provincia de aquel México
prerevolucinario.
Fue así como el 6 de agosto de 1896, Claude Ferdinand Bon Bernard,
concesionario exclusivo del Cinematográfico Lumiere en México, le presenta al
Presidente de México Porfirio Díaz, el gran invento proveniente de Europa: El
cine. Maravillado por las fotografías en movimiento, el Presidente convocó a
los hombres de su primer círculo, para mostrarles el gran invento que hacía,
que las personas pudieran ver a distancia como era Lyon o Paris en Francia,
Roma Italia, Sevilla España; las ciudades europeas a las que México debía de
convertirse. Maravillados la prensa mexicana y “los científicos” porfiristas,
vieron las posibilidades que pudiera generar el cine, para un pueblo como el
mexicano.
Inmediatamente, tras la exitosa presentación, Claude Ferdinand Bon
Bernard registra las primeras vistas sobre el hombre fuerte de México, el padre
de la patria, el gran estadista, el presidente, gran veterano de la
intervención francesa, ilustre liberal, excelente político y administrador; las
primeras películas realizadas en aquel México prerevolucionario, giraron
alrededor de la figura del Dictador: “El
general Díaz, paseando a caballo en el bosque de Chapultepec”; “El general
Dìaz, acompañando a sus ministros, el desfile de coches”; “ El general Díaz
recorriendo el Zocalo”; “El General Dìaz en carruaje regresando a
Chapultepetl”. El general Diaz …. El general…
El régimen porfirista llevaría a cabo también, sus primeros
cortometrajes sobre el México civilizado y la grandeza de su historia. “Indígenas al pie del árbol de la noche
triste”, “El traslado de la campana de la independencia”, “Las fiestas patrias
de 1896”; el cine nacional iría difundiendo entre los mexicanos de aquella
época, dos mensajes importantes. El primero de ellos, la estabilidad política
al mando de un gran patriota y estadista, llamado Porfirio Díaz, gobernante del
mismo nivel, fortaleza y confiabilidad de los cancilleres europeos
franceses y alemanes; y el segundo, un México parisino, moderno, civilizado,
pero también con paisajes costumbristas y nacionalistas. Se filma plazas de
toros, carreras de automóviles en Peralvillo, vuelos aerostáticos o bien,
aeroplanos. México, entra al siglo XX como una nación moderna.
Las primeras películas de aquel cine nacional, giran alrededor de
los pasajes históricos del país. Conquista e independencia. “El suplicio de Cuauhtémoc” y “El Grito de
Dolores”. Pero también surgirían los primeros reporteros cineastas.
Salvador Toscano, A. F. Ocañas, Enrique Rosas, Julio Lamadrid; no solamente
grabaron las fiestas del centenario, sino que también, arriesgando su vida,
transmitieron a ese público espectador, el resquebrajamiento del régimen y el
inicio de la revuelta. Dieron cuenta, no solamente de las batallas militares
que se llevaban a a cabo en Ciudad Juárez, sino también, del surgimiento de un
nuevo líder político: Francisco I. Madero.
Sin embargo, el derrocamiento del primer gobierno revolucionario,
el de Francisco I. Madero, hizo que este también fuera transmitido, divulgado y
conocido en los distintos rincones del país. El cine periodístico, mudo, en
blanco negro, daba nota de lo que periódicos como El Imparcial, no informaba.
Un país, sacudido en la violencia. Un país en guerra. Un cuartelazo. Una
revolución en marcha. Una nación amenazada por los Estados Unidos.
El cine sin proponérselo, se convirtió en uno de los principales
promotores del cambio revolucionario. Los cineastas no solamente filmaban los
combates militares que se llevaban a cabo en varias plazas de la república
mexicana, sino que también, difundieron la imagen de quienes eran los nuevos
líderes de la revolución. De esa forma, en las carpas y verbenas
populares, donde aún no llegaba la ola de violencia que sacudía al país, se
transmitía a manera de circo, no solamente corridas de toros, pelas de gallos,
vuelos de aeroplanos; o aquellos corridos que se escuchaban en las carpas y en
los salones de baile, donde se cantaba y bailaba “La cucaracha”, “Jesusita en
Chihuahua” o “El abandonado”; sino también, lo que estaba ocurriendo en el
país. ¡La Revolución¡
Las empresas cinematográficas norteamericanas llegan inclusive a
filmar a la revolución, en particular, a uno de sus protagonistas: Francisco
Villa.
Fue así como la empresa Mutual Film Company grabara las batallas
de la revolución y no solamente eso, sino que grabaron una película de ficción
denominada “The Life of General Villa”, en
la que se reinventaba al caudillo para motivar la guerra y la justicia. Interpretada la película por el mismísimo
Pancho Villa, quien recibió un pago de veinticinco mil dólares, que le permitió
desde luego, obtener una fuente más de financiamiento para su causa.
Villa, había firmado un contrato de exclusividad con la compañía
cinematográfica, que le imponía algunas escenas que debía interpretar, montando
su caballo, al extremo según, de llevar a cabo las batallas en plena luz del
día, para que estas pudieran ser grabadas.
Y mientras eso sucedía, algunos de los espectadores del cine, como
el abogado maderista y después villista, Martín Luis Guzmán, filmaría también
su concepción de revolución, pero a través de una de las herramientas de la
literatura. La pluma. El joven testigo con su seudónimo de “Fosforo”, escribiría
la descripción de la revolución para la Revista España, una publicación
especializada en critica cultural, en donde el abogado cinéfilo, escribiría para que “él lector lo viera con sus ojos”, la
ecfrásis de la literatura de la revolución, es la copia, de aquel cine mudo en
blanco y negro que conmovió al país entero. Sólo que en la mirada del joven
escritor, confundiría la realidad, con la imaginación. La crónica periodística
objetiva de la revolución, se convertiría, sin proponérselo, en la visión
epopeyica, romántica y social, del nuevo género literario en el que sentaría
sus bases ideológicas, el régimen posrevolucionario; .
El general Victoriano Huerta comprendió que aquel invento francés,
era una de las principales fuentes de la revuelta. ¡Provocaba desordenes y
escándalos¡. No bastaba matar a diputados y senadores disidentes, comprar
armamento alemán o combatir a los rebeldes; ahora, debía de acabar con la
industria del cine, antes de que este, acabará con la restauración de la paz y
del orden.
El 23 de junio del 1913, se publicaría en el Diario Oficial, el
Reglamento de Cinematógrafos. En él, se señalaban las condiciones para permitir
la apertura y funcionamiento de cinematógrafos e instaurar las primeras medidas
de censura.
El documental cinematográfico promovía en el público, los
aplausos y abucheos de los protagonistas de la revolución. Mientras que los
hombres de la revolución peleaban entre si y las fuerzas revolucionarias
triunfaban, para después dividirse en facciones, constitucionalistas o
convencionalistas; los cineastas, no solamente propagaban la guerra en México,
sino también, lo que estaba ocurriendo en Europa. “¡La Gran Guerra¡”.
Los viajes aéreos de reconocimiento en el campo enemigo no
solamente fueron aprendidos por los ejércitos de la División del Norte al mando
del general Francisco Villa, sino que también, las guerras de “las trincheras”
eran estudiadas una y otra vez, por el general constitucionalista Álvaro
Obregón. Al final, después de revisar los filmes provenientes de la gran guerra
europea, la batalla militar-ideológica de la revolución mexicana se
decidió en Celaya Guanajuato. Obregón perdería un brazo, pero Villa, perdería
la revolución. Al mismo tiempo, que Carranza sería el nuevo Presidente y los
cineastas mexicanos y extranjeros, comenzaran adquirir activos, que hicieran de
su industria, una gran promesa para invertir y enriquecerse.
462 filmes fueron los que se dieron entre los años 1896 y 1916. Al
menos 179 de ellos, fueron los que documentaron el derrocamiento de la
dictadura porfirista y el “triunfo de la revolución”.
El cine mexicano, hecho por mexicanos y por extranjeros, sirvió
para el triunfo de la revolución. No hubiera sido posible, sin el patrocinio de
“Cigarrera Mexicana”; tampoco sin los cines de la época, “El Salón Mexicano”,
“Salón Rojo”, “La Metrópoli”, “Academia Metropolitana”, “Cine Palacio” y “Salón
Ortega” y la empresa americana Mutual Film Company, con su gran actor de reconocimiento
mundial: Francisco ”Pancho” Villa.
Frente a la necesidad porfirista de difundir a los países
extranjeros, la visión de un México moderno, “afrancesado”; la oferta y la demanda
del cine mexicano, se orientó en el documental de la revolución. Un pueblo que
se levantaba en armas para derrocar a un gobierno tiránico. La revolución fue pues,
el gran mensaje político de la segunda década del siglo XX.
El Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Venustiano
Carranza, convocaría a un nuevo Congreso Constituyente, con el cual, se
legitimará su triunfo militar sobre los ejércitos zapatistas y villistas. Mientras
eso ocurría, un empresario poblano de nombre Rafael Alducin y un ingeniero, de
nombre Félix Palavicini, quien había sido diputado en el congreso constituyente,
fundarían ambos cada uno por su parte, dos diarios nacionales de inspiración
americana. “El Excelsior” y “El Universal”.
El segundo de los diarios, marcaría sin duda alguna, la gran pauta
con la cual, el régimen constitucional se legitimaba en la restauración del
orden, a través de una lucha armada, al que identificaban ésta como
“revolucionaria”.
Venustiano Carranza, tras la muerte del “bandolero” de Emiliano
Zapata y de la reparación de vías férreas y miles de líneas telegráficas, así
como de la restauración de los correos y de los teléfonos, suspendidos y
dañados, primero por la revolución y después por el bandidaje; anunciaba a los
diputados en su tercer informe de gobierno, rendido el 1 de septiembre de 1919,
la creación del “Laboratorio Cinematográfico”.
Más de 80 mil metros de películas con vistas de los centros de
trabajo, de las principales ciudades, de acontecimientos públicos, para
demostrar la paz y la cultura mexicana.
La normalidad institucional a toda costa. La difusión de vistas cinematográficas,
repartidas en todas las embajadas y consulados en las que México tuviera una
representación diplomática, a fin de demostrarle al mundo entero, la paz y el
orden constitucional restablecido.
Y así, mientras el cantante Enrique Caruso, invitado por el
empresario taurino José del Rivero con el apoyo del Presidente Carranza,
visitaba a México, cobrando cantidades estratosféricas por su presentación, o la
actriz española, María Conesa, era objeto de rumores de sus amoríos con importantes
políticos y militares revolucionarios; un filme de 12 episodios, sería
estrenado en veinte salas; se trataba sobre la primera película de la
revolución. “El Automóvil Gris”. Una película que no hablaba propiamente de la
revolución, pero si de una historia que se desarrolla dentro de un contexto
revolucionario. La Ciudad de México, asediada por una banda de rufianes que vestidos
de militares, atemorizaron a la ciudad, con robos, homicidios, torturas, secuestros,
raptos y violaciones de personas.
Fue Enrique Rosas el director de esa primera película mexicana. Se
trataba de un tema policiaco que constituía una apología del crimen y el cual,
su exhibición generó una de las mayores audiencias del naciente cine mexicano.
La película, también despertó varias leyendas. Una de ellas, es
que fue Carranza el principal interesado en hacer la película, en virtud de
fomentar un cine nacional y no importar películas extranjeras. Otros sospechaban,
que la película no había dicho la verdad, es decir, que un colaborador muy
cercano a Venustiano Carranza, habían estado detrás de la banda criminal. Entre
ellos, el general Pablo González, el mismo que había logrado la muerte del “bandido”
de Emiliano Zapata y que para sorpresa de muchos, había sido el productor anónimo
de la película y por ende, la misma sería utilizada como plataforma para su
campaña presidencial.
Enrique Rosas, el mismo que había filmado también, el cadáver de
Zapata, una vez este traicionado en la hacienda de Chinameca.
Sin embargo, pese que la película fue censurada, la misma hacía
recordar, el año del hambre de ese México violento. Así como una ciudad anárquica,
sin orden alguno.
Aunado a que los ladrones de la banda, vestidos con uniformes
carrancistas, hacían lo que el “popul” ya sabía. “carrancear”. Los miembros de aquella pandilla, no se vestían de delincuentes, simplemete, eran “con-sus-uñas-listas”
Para las elecciones presidenciales de 1920, el pueblo decidiría
quien sería su próximo Presidente y desde luego, no sería el productor anónimo
de la película, Pablo González; tampoco sería el candidato Ignacio Bonillas a
quien quería imponer Carranza. El candidato presidencial, sería aquel general gordito,
manco y carismático, que había logrado vencer al mismisimo "Pancho Villa".
Álvaro Obregón, sería el candidato presidencial y el cine mexicano
daría nota de ello.
Aun, pese que la exitosa película propagandística del general González, no logrará dar el resultado
que éste hubiera querido.
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