"EL LOMBROSO MEXICANO": ALFONSO QUIROZ CUARON
Hay
historias que uno tiene que contar, que no pueden pasar jamás por
desapercibidas, quizás nadie pueda entender la inmensa soledad de aquel
estudiante de la Escuela Medico Militar, de nombre Alfonso Quiróz Cuaron,
cuando se enfrento en aquella necropsia realizada en el anfiteatro de la
escuela, sobre el cadáver de quien sería el último caudillo de la Revolución
Mexicana: El general Alvaro Obregón.
Escucho
por esos días, que su asesino era José León Toral, un fanático católico, pero
sabía bien, que los resultados de la necropsia practicada aquel día, arrojaba
resultados distintos. Sin duda alguna, múltiples orificios realizados por
diversos calibres, era lo que tenía el cuerpo de Álvaro Obregón, lo que implicaba
que la prensa mentía, jamás hubo un asesino solitario; las miles de personas
que se formaban en Palacio Nacional para llorar y despedir a su líder, quien
además iba a ser el próximo presidente, nunca sabrían la verdad, que él
conocía.
Entonces
Alfonso Quiroz Cuaron supo que su vida tenía un destino que cumplir; sería
medico, porque esa era su vocación, pero también le tocaría presenciar los
hechos históricos más importantes de aquella nación que se construía; y aunque
no recordaba las batallas de su natal Ciudad Juárez, que encabezaba el general
Francisco Villa, nunca olvidaría su primer contacto con el crimen y la muerte;
los cadáveres colgados en los árboles y postes telegráficos; así como aquel
soldado revolucionario que se encontraba abandonado en la calle, afuera de su
casa, con el cráneo destrozado, siendo devorados sus sesos, por un asqueroso cerdo.
El
joven de medicina acudiría a la biblioteca para seguir leyendo a Sigmund Freud;
no habría mejor manera de aprender, pero también de olvidar un poco, aquellos
recuerdos de sus años de estudiante de bachillerato, cuando su madre murió y
después, el trágico crimen cometido en Tampico, en contra de su padre, un
empleado ferrocarrilero, quien había sido asesinado por la espalda; supo
entonces, que el asesino había sido examinado por dos médicos forenses, para
determinar si estaba o no loco, fue entonces, cuando Alfonso, se dio cuenta, de
que la medicina, el crimen y la personalidad del delincuente, tenían una
estrecha relación.
Situación
lamentable en la vida de un joven de 15 años, sin embargo, decisoria en su
vida. Ingresaría a realizar sus prácticas profesionales en el Servicio Medico
Forense del Distrito Federal y fue, gracias al apoyo de su tío, quien era
funcionario del presidente Emilio Portes Gil, por el cual obtendría su primer
empleo en calidad de mozo, en el Juzgado Cuarto Correccional que se encontraba
en la cárcel de Belén.
Ese
trabajo de oficina tan aburrido, para muchos, sin sentido y demasiado tedioso
para un joven acostumbrado a ver cadáveres ya a estudiar homicidas; sin
embargo, cuando terminaba de llenar los libros de “gobierno”, asentando en
ellos la entradas y salida de la correspondencia y de las promociones que
realizaban los abogados, no podía tampoco resistirse a la tentación de leer algunos
expedientes relacionados con robos, homicidios, riñas. El mal siempre lo
acompañaría, no era propiamente el “chisme” de conocer como se habían levado a
cabo las conductas delictivas que conocía el juzgado, sino ir más allá,
entender las pasiones humanas o mejor dicho los instintos animales de los
delincuentes, característica de los seres humanos de las cuales, Freud, no se
equivocaba.
Aquel
joven, cambiaria de adscripción en el centro de trabajo, ahora trabajando
formalmente en el Servicio Medico Forense, después se desempeño como enfermero
especialista en el Departamento de Prevención Social de la Secretaria de
Gobernación y luego, Jefe de la Sección Medico Psicológica del Centro de
Observación del Tribunal de Menores, con un fabuloso sueldo de doscientos diez
pesos mensuales. El joven adulto crecería profesionalmente, realizando prácticas
profesionales en el Manicomio de la Castañeda y posteriormente, en la
penitenciaria de Lecumberri, fue entonces cuando se percató que su formación
escolar de médico se encontraba inconcluso, pero sim embargo, contaba con una
experiencia totalmente diferente a la de sus colegas, pues tenía una
experiencia de haber trabajado en juzgados penales.
Quizás
eso fue lo que le valió al joven medico, para que acudiera a tener una
entrevista con el Rector de la Universidad de México, Manuel Gómez Morín, para
que le permitiera le fuera reconocido sus conocimientos, no de médico, tampoco de
abogado, sino de criminólogo.
Resultaba
obvio que las autoridades académicas de la Universidad Nacional tenían una
profunda desconfianza de los conocimientos teóricos y prácticos que debía tener
ese joven; sin embargo, este demostraba que en Italia, existían criminólogos,
como lo era Cesar Lombroso y Enrico Ferri, por lo tanto, no tenía porque la
Universidad demeritar su sapiencia. Después de algunos pequeños trámites de revalidación
a sus estudios profesionales, finalmente le fue practicado su Examen
profesional de “criminológo” en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, siendo
el presidente de su sínodo, el ilustre profesor y juez penal Francisco González
de la Vega.
Corría
entonces el año de 1940. Habían transcurrido 12 años desde el día del
magnicidio de Álvaro Obregón, cuando la Ciudad de México se volvió a sacudir
con otra noticia. Un agente de la policía secreta de la Unión Soviética se
había infiltrado en nuestro país, para darle muerte, en una casa de Coyoacán, a
uno de los protagonistas de la revolución rusa, quien fuera el creador del
“Ejercito Rojo”, quien se encontraba además
exiliado en México, Leon Trotsky.
Jaime
Ramón Mercader del Rio, conocido como Jacques Mornard, fue el delincuente mas
estudiado en la historia del país. Para ello, el Juez Penal con jurisdicción en
Coyoacán, Raúl Carranca y Trujillo,
quien además era profesor de la Escuela Nacional de Jurisprudencia de la
Universidad de México, lo había designado como perito criminólogo, de forma
conjunta con el doctor José Gómez Robleda.
Previa protesta del cargo, ambos profesionales procedieron a revisar
minuciosamente las características físicas, sociales, psicológicas del señor
Mercader, con el objeto de elaborarle un perfil criminológico que le permitiera
al juez, imponerle una sentencia por su homicidio doloso. Más de 1,359
cuartillas, 972 horas de observación empleadas, y una de las tantas hipótesis
centrales, de que el homicidio fuera ordenado directamente por el Dictador Soviético
Iósif Stalin; horas y horas de entrevistas y test empleados, llegaron a una
conclusión. Jaime Ramón Mercader del Rio, era un español catalán, periodista
francés, que había combatido en la guerra civil española, instruido en
espionaje y terrorismo en la Unión Soviética, pero también era un tipo mitómano;
lo único cierto es que fue capaz de burlar a los más de 20 escoltas de Trotsky
e introducirse a la oficina de éste, para descargar en cabeza un zapapico, que
le partería la cabeza en dos partes.
La
prensa mexicana de los años cuarenta, reportaba lo que ocurría en Europa, con
la invasión nazi, los constantes bombardeos y las cruentas batallas; pero
también, estas noticias pasaban en un segundo plano, cuando aparecía a la luz
pública, un “criminal” del tamaño internacional de Mercader del Rio, o bien,
cuando surgían personajes tétricos, como aquel “Jack Destripador” mexicano, un estudiante
de química, que había asesinado a su novia y a tres prostitutas en un lapso de
quince días, según para revivirlos, al extraerles de la columna vertebral un
liquido que al inyectarlo en el corazón podían sobrevivir, tal como lo había
hecho días antes con un conejo. Corría el año de 1942, cuando la policía
mexicana logro capturar a Gregorio Cárdenas Hernández, conocido como “Goyo
Cárdenas”, quien no se sabía si estaba consiente de sus actos, o estaba “loco”.
El criminal todavía se atrevía a decir, que tenía pastillas para hacerse, el
hombre invisible.
Entonces
aquel reconocido criminólogo Quiroz Cuaron, le tocaba realizar análisis de la
personalidad de estos criminales, como aquel señor de nombre Higinio Sobera de
la Flor, conocido como el “Pelón Sobera”, un joven descendiente de una familia
acomodada, que en un percance automovilístico, se le hizo fácil asesinar a un
conductor el capitan Armando Lepe Ruiz, sólo porque le había dicho “guey”, además
de no permitirle el paso; no obstante de que el vehículo en el que viajaba el
asesino fue identificado, la policía no actuó, en virtud de tratarse de una
persona, miembro de una familia prominente. Al día siguiente, Sobera de la Flor
caminaba por Paseo de la Reforma y se le hizo fácil abordar un taxi y llevarse
en éste, a una transeúnte que accidentalmente caminaba por la acera; ahí dentro
del taxi, el criminal saco una pistola con el cual amenazo al conductor,
despojándolo de su vehículo, para llevarse a su involuntaria pasajera, quien
decía era su “novia”, a un hotel, donde la obligó a tener relaciones sexuales,
para después asesinarla. Hecho lo anterior, le robo sus pertenencias y saco el
cadáver, para tirarlo en un lugar recóndito de la Ciudad de México.
El
caso es que el Dr. Alfonso Quiroz Cuarón era una personalidad reconocida en el
medio, cuando le fue encomendado, participar con Eduardo Villaseñor, Director
del Banco de México, en una oficina de inteligencias que diera, con un
falsificador de billetes. el responsable de ellos, era Alfredo Héctor Donadieu
alias “Enrico Samprieto”, finalmente el falsificador luego de andar
falsificando billetes en Europa y América Latina, pudo ser detenido en 1948, su
talento de dibujante, le permitía la artística habilidad de falsificar, cuanto
documento le fuera de su interés, no se diga cualquier tipo de billete,
incluyendo los “pesos mexicanos”.
El
Doctor Quiroz Cuarón, participó en 1952, en la comisión que determinó que los
restos descubiertos por la arqueóloga Eulalia Guzmán, localizados en Ixcateopan
Guerrero, si correspondían a Cuauhtémoc; aunque bien otros arqueólogos, han
señalado que dichos restos corresponden a ocho individuos y el cráneo a una
mujer; quizás un desacierto o las ansias nacionalistas de reivindicar el
glorioso pasado mexicano; cierto es, que no obstante ello, Alfonso Quiroz
Cuarón, no sólo se distinguió por sus habilidades medico psicoanalíticas, sino
también, por esa vocación policiaca de poder armar, móviles criminales, encontrar
delincuentes, realizar investigaciones de antropología criminal; ya en los años
60’s, logra con su amigo el escritor Luis Spota, encontrar el paradero del
misterioso escritos Bruno Traven, el cual, ni era Alemán, ni tampoco era
Esperanza López Mateos, la hermana de expresidente de México Adolfo López Mateos,
sino que era un estadounidense nacido en Chicago, de nombre Traven Torsvan
Torsvan, quien vivía de incógnito, en Acapulco. Posteriormente en 1965, viaja
comisionado por la Organización de Estados Americanos, a República Dominicana,
con el objeto de determinar crímenes de guerra respecto al comportamiento de
soldados marines americanos en su invasión en dicha isla.
En
fin, el distinguido Doctor Quiroz Cuarón, no permitía que se le dijera “don”, como
alguna vez, por educación hiciera un estudiante de la Facultad de Derecho
nombre Sergio Rosas Romero, quien era su asesorado en una tesis profesional de
cárceles americanas; el incidente, le valió, una fuerte reprimenda y abandonar
a su suerte, al estudiante para que buscara a otro asesor que lo titulara;
finalmente, quien tituló a este estudiante impertinente fue el profesor Arnoldo
Martinez La Valle, un jurista bohemio, escritor de obras de teatro inéditas,
que muriera en un accidente automovilístico; mientras que éste estudiante,
termino titulándose con la tesis del “Uxorcidio”, posteriormente sería el Juez
Penal de Coyoacán, donde alguna vez despachara Raúl Carranca y Trujillo, apunto
estuvo de ser magistrado, cuando fue designado por la Junta de Gobierno de la
UNAM, como Director de la ENEP Aragón, escuela de reciente creación, que se
encontraba en un lugar inhóspito del norte de la Ciudad, además en una huelga
estudiantil que había terminado por derrocar, a quien fuera su director
fundador Pablo Ortiz Macedo.
Ya
siendo un adulto maduro, el licenciado Sergio Rosas Romero al impartir cátedra
de criminología en la ENEP Aragón, escuela donde por cierto, fue alumno de
derecho, “Goyo Cárdenas”, el extrangulador de Tacuba, luego de que esta
saliera del penal de Lecumberri tras más de 30 años de prisión y de haber sido galardonado
y ovacionado en la Cámara de Diputados, como un ejemplo de un criminal regenerado
y rehabilitado, proeza del sistema penitenciario mexicano; el profesor Rosas Romero, siempre platicaba a sus alumnos de confianza, esta anécdota, no la del misterioso alumno que se había regenerado, sino la del distinguido profesor criminólogo, que ni titulo profesional tenía, pero que sin embargo, era sin duda alguna, “El Lombroso
Mexicano”.
Finalmente,
el “Doctor” Alfonso Quiroz Cuarón, el cual, ni era abogado, pero tampoco
medico, sino “criminólogo”, con toda esa cadena de experiencias vividas, se
desempeño como profesor de la Facultad de Derecho en Ciudad Universitaria de la
UNAM, impartiendo la materia de Medicina Legal, siendo además autor de una de
sus obras, el cual constituye, libro de consulta básica para todo estudiante
penalista.
Un
día de esos, el licenciado Luis
Rodríguez Manzanera le entregó al doctor Quiroz Cuarón, un borrador de su obra
“Criminología”, con el objeto de que escribiera su prologo. El doctor Quarón se
quedó con el borrador del texto, y también con su prólogo inexistente. Ese
mismo día al impartir clase en la Facultad, al explicar al grupo y mostrar las
gráficas en el pizarrón, cayo fulminado, siendo sostenido por los alumnos de la
primera fila, quienes lo cargaron y lo acostaron en el escritorio del salón,
para que arriba de éste, pudiera descansar del desmayo. Después, con la
urgencia que ameritaba el caso, fue traslado en ambulancia al Hospital Adolfo
López Materos, donde pasó, los últimos minutos de su vida.
Entonces,
en esa cama de hospital, el doctor Alfonso Quiróz Cuarón, volvió a ser aquel
niño que caminaba por las calles de su natal Ciudad Juárez, viendo los
cadáveres colgados en los postes de los trenes y aquel soldado del cráneo
destrozado, devorado por aquel cerdo hambriento.
Volvió
a ser el joven que corría por las calles de Tampico, el estudiante de la
Escuela medico Militar, en aquella clase inolvidable de la necropsia del
general Alvaro Obregón.
Había
visto crecer a su país, como su padre, cobardemente asesinado no pudo jamás
verlo; había visto crecer a la Universidad Nacional Autónoma de México, a sus
profesores, alumnos; y también a las instituciones de aquel México moderno, que
se construía aun con todos sus defectos, no se diga, el Servicio Medico Forense
y obviamente, la Procuraduría General de Justicia.
En
esos últimos minutos recordó sus primeros casos; los expedientes que leía en el
juzgado, su primer caso relevante el asesino de Trosky, Mercader del Rio; luego
se le vino a la mente, “Goyo Cárdenas”, el “Pelón Sobera”, el falsificador
“Enrique Sampietri”, los soldados marines asesinos de Republica Dominicana….
¡El
ilustre hombre, cerró sus ojos, abandonándonos a los que aquí vivimos¡.
No fue testigo de los crímenes del Jefe de la Policía
Arturo Durazo, ni tampoco de los “encajuelados” de la Procu del sismo del 85,
ni del terrible jefe de la banda Ríos Galeana; tampoco vivió otros magnicidios,
como el de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu; el tiempo paso, Quiroz Cuarón se fue, pero continúan los muertos acribillados, colgados, decapitados y torturados por la guerra del narco, así como también, siguen sin poder identificar los 43 restos carbonizados presuntamente de
estudiantes normalistas desaparecidos de Ayotzinapan Guerrero; es cuando entonces
las voces de la academia aclaman en el cielo, el recuerdo de estos hombres que
construyeron una nación, donde no existían las pruebas del ADN, ni del Carbono 14, más que la vieja técnica policiaca de Scherlock Holmes. ¿Dónde está Quiróz Cuarón?, ¿Dónde esta su espíritu?,
¿Quiénes serán los nuevos Alfonsos Quiroz Cuarón, que la humanidad espera?.
¿Aquellos ilustres hombres que en el campo de la academia y del servicio
público, se dispongan enseñar a sus alumnos?.
¿Dónde
esta Alfonso Quiroz Cuarón?. ….¿Donde?.