VOTAR POR ANDRES MANUEL. ¡LA DEMOCRACIA MEXICANA A PRUEBA¡.
Tengo muchas cosas que decir, pero no quisiera ofender a nadie con
estas líneas. No es momento de odios, una elección presidencial es un pasaje
pasajero; la construcción de una gran nación, es algo que lleva siglos.
El 1 de julio elegiremos al próximo presidente de la Republica,
pero pareciera también, que nos colocaremos igualmente, a una disyuntiva de lo
“bueno” y lo “malo”; entre una forma de gobierno y otra, entre un proyecto de
país y otro; realmente, pienso que no es para tanto, que no es para alarmarse,
que no tengamos miedo, pero tampoco nos hagamos falsas expectativas. México
elegirá a un funcionario público, el más importante de todos, pero un
funcionario, que podrá llevar a cabo las riendas de la administración pública
de un país, que mundialmente, carga con una población de 125 millones de
habitantes, que es la 15 economía mundial (la 2ª en América
Latina), el cual crece (lentamente) el 2% de su PIB de manera anual,
que dispondrá de un promedio de 5 billones, 280 mil millones de pesos
anualmente y quien será el Jefe, de aproximadamente un millón 700 mil
burócratas que estarán a su servicio.
Un presidente, no es un monarca. No es un rey. Alguna vez el presidencialismo mexicano era un poder exacerbado y omnipotente. El Al Tlaltoani mexicano. "La hoja de un arbol no se movía sin su voluntad". Daniel
Cosió Villegas escribió diciendo, que el sistema político mexicano era una “dictadura
transversal, monárquica y hereditaria”; Octavio Paz refirió la existencia del
“ogro filantrópico”, una “dictablanda” de un presidente, que legitimado en su
partido político el PRI, gobernaba con una "camarilla de aludadores, lambiscones y
servilistas"; Mario Vargas Llosa dijo por su parte, que México era la “Dictadura
Perfecta” y algunos juristas como Jorge Carpizo McGregor, refirió que en
México, el Presidente de la República, contaba con facultades
“metaconstitucionales”.
¡Hoy, el presidencialismo mexicano no es lo que alguna vez fue¡.
Desde 1988 el Presidente de México dejó de gobernar absolutamente el país, para
verse en la penosa necesidad de “compartir” el poder político. Esta transición
política, se vio más desde 1997 cuando el PRI perdió por vez primera la mayoría
de la Cámara de Diputados; a partir de ese entonces, ningún presidente gobierna
en forma absoluta el país; también de igual forma, ningún partido político
puede asumirse, como “oposición”. Mucho menos, tampoco puede haber político alguno
que se diga “antisistema”.
Sin embargo, el odio, el coraje, la ignorancia, la desinformación,
todo ello conjuntado pareciera que este país, se quedó atrapado en 1988. ¡Que
no hemos avanzado en nada ni con nadie¡. Que la clase política mexicana ante
los cambios mundiales que trajo el fin de la guerra fría y la entrada de la
globalización, no pudieron explicar en que consistía la nueva era, nada se dijo
pues del “Fin de la Revolución Mexicana” y de la “Bienvenida a la
globalización”; el discurso político se centró en el odio y el
desprestigio del expresidente Carlos Salinas de Gortari y en el prejuicio
calificativo de “neoliberalismo” del que poco se analizó, se discutió, pero del
que si generó excelentes negocios millonarios al amparo del poder político y
con ello, la corrupción, el cinismo y la impunidad que lastima a los mexicanos.
Es claro que el pueblo mexicano está molesto; la nueva era
digital, la revolución informática en la que nos encontramos sumergidos, ha
traído las características de una sociedad global, de un aumento exponencial de
la riqueza y de la pobreza, de la ruptura de los monopolios ideológicos, de la
movilidad de las personas y de una nueva forma de pensar, de criticar al
autoritarismo, al daño ambiental, a la violación de los derechos humanos, a la
corrupción. Es evidente pues que la sociedad mexicana, no es la misma del
2012, ni la del 2006, ni la del 2000; cada seis años, nuevamente el pueblo de
México pareciera como en los viejos tiempos del presidencialismo, “nacer” y
“morir” sexenalmente.
Y es que pareciera que nuestro país vive en la pobreza política de
depositar todos sus sueños, sus ilusiones y esperanzas, en el “próximo Presidente
de la Republica”. El mexicano vive ilusionado que un alto funcionario burócrata
hará por él, lo que él, no puede hacer por él mismo. La culpa de no haberlo hecho,
no es a su falta de disciplina, trabajo, aptitud y conocimiento, sino “al otro”,
“al gobierno”, “al destino”.
Hoy nos enfrentamos a esa disyuntiva de votar por el cambio que
representa Andrés Manuel López Obrador y por el otro lado, votar en contra de
Andrés Manuel López Obrador. La historia pareciera “estancarse” o “repetirse”,
como si estuviéramos atrapados en el tiempo o estuviéramos condenados a repetir
el mismo circulo, como si nada de lo que hubiéramos vivido los mexicanos en las
últimas décadas, hubiera pasado o valido la pena.
Imperan algunos ataques en contra de la política continuista, que
ni los propios diseñadores del sistema político y financiero actual, han
logrado explicar o convencer.
Se dice por ejemplo, que hay que acabar con el PRI, pero no
especifican a que PRI se refieren. ¿Si al PRI donde hubo presidentes
nacionalistas como Lázaro Cárdenas del Rio, Adolfo López Mateos?; ¿Si al PRI
populista de Luis Echeverria o José López Portillo¡, ¿Si al PRI honesto de
Adolfo Ruiz Cortines? La mayoría de las críticas que se han
leído en las redes sociales, asemejan al PRI únicamente con tres personajes:
Gustavo Diaz Ordaz, Carlos Salinas de Gortari y Enrique Peña Nieto. Poco
se sabe de las corruptelas de Miguel Alemán Valdez, de la influencia que
ejerció Lázaro Cárdenas en su periodo postpresidencialista, de los avances y
conquistas sociales de aquel viejo priismo mexicano, lleno de tipos autoritarios
y tan demagogos; nada de eso se valora, porque no existían las redes sociales, porque
no se tiene memoria, porque los medios de comunicación construían diariamente a
través de la prensa, la radio y televisión, la historia oficial que había que
creer.
Pensamos que la única matanza de estudiantes fueron los de
Tlatelolco 1968 y los de Ayotzinapan; pero nada decimos de los mártires de León
Guanajuato ocurrida en 1946 o la que ocurrió en San Luis Potosí en 1961; nada
decimos de los muertos de la protesta electoral de Miguel Henriquez Guzmán de 1952; creemos que no hay más
muertos que los que hubo en 68 y que la vida de un estudiante normalista de
Ayotzinapan, vale más, que la de un emigrante centroamericano asesinado por el
cartel de los Zetas. (Hasta en eso somos
clasistas los mexicanos).
Hoy en día caemos en contradicciones y aberraciones históricas que
escapan de una explicación racional, se juzga al “viejo PRI” como si fuera el
“nuevo PRI” y lo que es peor, se ha construido un “nuevo PRI”, que en esencia,
es el “viejo PRI”. Pareciera que el 68 ocurrió al mismo tiempo que Ayotzinapan,
que nunca gobernaron Echeverria, Lopez Portillo, ni Ernesto Zedillo. ¡Que el país,
se hiciera en los últimos 18 años.
Se acusa por ejemplo al gobierno de corrupto, muestra
de ello son las “marcas” “hashtag” que nos recuerdan los episodios más
vergonzosos de corrupción en los últimos años. “#CasaBlanca”,
“#EstafaMaestra”, “#Socavón”, “#GobernadoresCorruptos”. Pensamos que hoy más
que nunca existe corrupción y poco merito le damos a las instituciones que han
sido creadas, en los últimos años, para detectar precisamente esa corrupción,
que antes pasaba por desapercibido.
Nada decimos de los gobernadores corruptos que alguna vez fueron Maximino
Ávila Camacho en Puebla, de Gonzalo N. Santos en San Luis Potosí; de Joaquín
Cisneros Molina o Crisanto Cuellar Abaroa o Tulio Hernández Gómez de Tlaxcala,
de Carlos Hank González o Arturo Montiel en el Estado de México; nada decimos tampoco de algunos gobernadores caciques como lo fueron el de Campeche Carlos Sansores Pérez o la propia dinastía Cárdenas de Michoacán. Alemán en Veracruz, Madrazo en Tabasco, o la del Mazo en el Estado de México; o de los gobernadores genocidas que hubo en el
Estado de Guerrero, el general Luis Raúl Caballero Aburto, Israel Noguera Otero
o Ruben Figueroa Figueroa o bien de los “narcogobernadores” de Jalisco como lo
fueron Alberto Orozco Romero, Flavio Romero de Velasco o Guillermo Cosio
Vidaurri; pensamos que la corrupción de los gobernadores inició con Javier
Duarte y no nos alegramos de que estén en la cárcel sujetos a un juicio penal; algo
que hubiera sido impensable hace décadas cuando todos estos gobernadores quedaron impunes de ser castigados por la ley, contrario a ello, fundaron sus dinastías y conservaron sus riquezas, contrario a ello, nos molesta el
robo, pero no el juicio. Pienso que lo que debería ofendernos es la impunidad
de los viejos gobernadores, aquellos que la historia los “olvidó” y sentirnos satisfechos, de que si algo ha
hecho la joven democracia mexicana en estos últimos años, es castigar actualmente
quien roba del erario.
Olvidamos pues, que gracias a las observaciones de la Auditoria
Superior de la Federación creada en 1997, a las respuestas vertidas a diversas
solicitudes de información pública garantizadas por el Instituto Nacional de
Acceso a la Información Pública, creada en el 2002 y al periodismo digital que
ha aparecido en los últimos años, es lo que generó una de las investigaciones más
minuciosas de seguimiento presupuestal en todos los tiempos, algo que nunca se
había hecho antes y que sigue sin hacerse, respecto al presupuesto local del
Gobierno de la Ciudad de México o de otras entidades federativas, inclusive de
los municipios. Donde podemos encontrar también, sin duda alguna, otros ejemplos vergonzosos de
“Estafas maestras”.
Pareciera que estamos solamente indignados con la corrupción
descubierta, la cual cometemos el error de estigmatizarla al PRI o al
Presidente Enrique Peña Nieto, pero no celebramos que fue gracias al
surgimiento de estos órganos y desde luego, a la aparición de actores
democráticos de los partidos políticos, pero principalmente de los actores de
la Sociedad Civil organizada, quienes lograron destapar esa cloaca, que nunca
se había descubierto.
En vez de apostar por el fortalecimiento de esas instituciones y
otras más, como el de un Fiscal autónomo del Presidente o bien, la
implementación total del denominado Sistema Nacional Anticorrupción, queremos
regresar al pasado, como cuando Venustiano Carranza, Adolfo Ruiz Cortines o
Miguel de la Madrid Hurtado, quienes fueron todos ellos “presidentes honrados”
y lo peor, se sigue creyendo fielmente, que esa aptitud honesta del presidente
de la república, lo será también de toda la administración pública. Como
si el millón 800 mil empleados del Gobierno federal resultaran por arte de
magia, todos absolutamente honestos, vacunados contra la corrupción.
Nos gusta creer ingenuamente en el presidente que “barrerá las
escaleras” y despreciamos a la consolidación de las instituciones fiscalizadoras, a la transparencia,
a la rendición de cuentas, a los gobiernos abiertos, a la participación
ciudadana. La sociedad civil, no solamente no existe, sino se dice que hay que
desconfiar de ella y por enajenación y desconocimiento de la historia, queremos
regresar al pasado, creyendo ciega y fanáticamente en la palabra del Señor Presidente
de la Republica. “El hombre poderoso que todo lo puede”.
Hay desde luego un enojo a raíz de la “Casa Blanca”, la principal
causa que hizo que el presidente Enrique Peña Nieto perdiera la confianza
popular. Pienso a título personal que cualquier presidente del mundo, hubiera
tenido la dignidad y el decoro de renunciar y dejar que un órgano autónomo lo
investigara libremente, pero en México, en aquel entonces, ni órganos autónomos
teníamos; así pues, el “presidente mirrey” proveniente de una dinastía que hizo
su poder político y económico al amparo de la corrupción, nada menos que “el clan Atlacomulco”, tiene esa casa Blanca y
seguramente tendrá otras más.
Pero no es la corrupción la que debe reprochársele y prejuzgarla,
puede que efectivamente, la actriz de telenovelas Gabriela Rivero alias “La Gaviota”,
la haya comprado con “su dinero”, obtenido gracias a los ingresos millonarios de
las ventas de las telenovelas producidas por el viejo monopolio de la industria
del entretenimiento que era Televisa. Una empresa que le pagaba a sus “artistas”
como Fernando Colunga la cantidad de 98 mil dólares mensuales (casi los dos
millones de pesos), William Levy 55 mil dólares, Silvia Navarro 43 mil dólares;
ni que decir de los futbolistas, Giovani do Santos que se le sigue pagando la
exorbitante cantidad de 4.1 millones de dólares al año anualmente (siendo aproximadamente
80 millones de pesos o 6.6 millones de pesos mensuales), o bien, Oribe Peralta que
se le paga 2.5 millones de dólares anualmente (50 millones de pesos
anualmente), metan o no metan goles.
Pienso que no hay corrupción en México, como muchos suponen, al
menos en el caso de la denominada “Casa Blanca”. Lo que pienso es que en México
hay una enorme desigualdad que ofende a todos. La Casa Blanca no es la prueba
de la corrupción de un Presidente de la Republica, es la prueba de la
desigualdad, la frivolidad y la enajenación colectiva, a los artistas de
telenovelas o a los deportistas de futbol. Ingresos económicos, que deja la
dieta de los 350 mil pesos mensuales que reciben los Ministros de la Suprema
Corte, como “verdaderos limoneros”.
Pero el problema tampoco es eso, el problema es que la corrupción,
no se entiende; se confunde con la inmoralidad, el escándalo, el morbo; pero no
como un problema de antijuridicidad, de traición a la gestión pública, a la ciudadanía. Se piensa que el presidente “roba dinero”,
(como si su familia, los cuatro abuelos gobernadores no se lo hubieran “robado”
antes); el problema de la Casa Blanca, es que tampoco se razonó, no se
cuestionó, no se procedió; no se logró tampoco explicar el tamaño de la
desigualdad, de la frivolidad, de la riqueza que genera el mundo de la farándula.
Si a esto sumamos la omisión de las instituciones subordinadas al Presidente, llámese
Secretaria de la Función Pública y Procuraduría General de la República, de
investigar y llegar a la verdad de los hechos, es evidente que con ello se provoca
justificadamente el descontento y el enojo.
Y lo que es peor, ante el problema presidencial de no haber
actuado en un caso de corrupción, se apuesta como solución, elegir a un nuevo
presidente que sea honesto. Como si la solución fuera de cambio de hombres y de
una sola voluntad. Como si de nada, hubiera servido, todas las instituciones
que han sido creadas a través de la ingeniería social, precisamente para
detectar, todos los casos de corrupción que existen en el país.
Se habla del “gasolinazo”, de la inflación, del aumento de la
deuda; pero no se analiza la política macroeconómica del país; ahí están los
informes semestrales del Banco de México o los trimestrales que la Secretaria
de Hacienda rinde ante el Congreso de la Unión y que pueden consultarse desde
el Internet, es más fácil repetir como “loros” los mismos “lemas”, sin ponerse
uno analizar las finanzas, sin estudiar las estadísticas, sin saber nada de
Economía. Hemos llegado al absurdo de no darnos cuenta las
transformaciones sociales que hemos experimentado en los últimos años, el
aumento exponencial del parque vehicular, de “segundos pisos”, de autopistas
(aunque sean de peaje), de plazas comerciales, de la construcción de
rascacielos, de la adquisición de casitas en las zonas conurbadas del “boom
inmobiliario”; olvidamos que cargamos todos una pequeña computadora en nuestras
manos, en la que gozamos de una variedad de opciones de entretenimiento y
seguimos pensando, “atrapados en el tiempo”. Que de nada sirvió que se creara
una reforma de telecomunicaciones, que abaratara el precio de la telefonía
celular o del internet, si de lo que se trata es de seguir viendo televisa,
porque nos quedamos con la idea, de que la televisora “lavaba conciencias” a
través de la “caja idiota”. Nos quedamos atrapados desde hace veinte años y no
nos hemos dado cuenta, que la “caja idiota”, la antigua televisión, ya no está
en la sala de nuestras casas, sino que la cargamos diariamente en la bolsa de
nuestros pantalones.
No, claro que no es defensa al “régimen del PRIAN”, es el reproche,
por la ausencia de una critica racional fundada.
Pensamos pues que Televisa sigue dominando las audiencias;
olvidamos que Netflix ya los supero desde cuándo. Pero eso si, preferimos los mexicanos consumir
las “marcas conocidas” que apoyar otras marcas. El mexicano no deja morir a esa
empresa nacional que invento el “género de la telenovela”, para todo el mundo.
Andrés Manuel, vaya paradoja, un hombre senil, de apenas 64 años
de edad, pero que aparenta más, representa sin duda el “hombre del auténtico
cambio”. Y resulta asi curioso, que los jóvenes “milenians”, se identifican con
un viejo que con un joven; algunos me han explicado que ello obedece, a que el
joven respeta al viejo, porque le inspira ante todo éste, sabiduría. Un valor ético
que los personajes públicos, carecen.
Es así que la crisis moral nacional en la que nos encontramos sumergidos,
no nos permite diferenciar la formación profesional de los valores éticos;
hemos incurrido en razonamientos realmente simplistas, como pensar que una
persona que tiene estudios de doctorado es sinónimo de corrupción, además de
perversa y traidora a la patria; mientras que un hombre con estudios básicos,
es honesta y nacionalista. El desprecio al mérito, a los estudios, al
conocimiento, es superado ampliamente por la ignorancia. Confundir la ética con
el conocimiento, ha sido una de las trampas en que esta oleada de odio y violencia
verbal nos ha conducido.
¡El descontento y la violencia sigue en este país¡. Se acusó al
gobierno de Felipe Calderón de haber sido un “genocida” en su estrategia de la “guerra
contra el narco”, y cuando llegó el Presidente Peña Nieto y se rebasaron las
cifras oficiales de homicidios dolosos, se dijo también, que ello obedecía a su
ineptitud. Poco se discute sobre la naturaleza violenta del país. Los índices de
delitos de homicidios dolosos, se pueden consultar en la página web de la Secretaria
Ejecutiva del Sistema Nacional de Seguridad Publica, cifras oficiales que datan
desde 1997 y que registra en este país, una oleada de muertes violentas, desde
antes del inicio de la “guerra contra el narco”.
Ahí podrá corroborarse por ejemplo, que al menos 4,500 muertos de
homicidios dolosos, ocurrieron en el Distrito Federal, durante la gestión de López
Obrador como Jefe de Gobierno, que obviamente, sería estúpido decir, que el
Jefe de Gobierno los asesinó, como estúpido seria pensar, en comparar a Felipe Calderón
y a Enrique Peña Nieto, con Adolf Hitler.
Me preocupa pues y me duele decirlo, que la violencia de tantas
muertes, proviene de nuestro fracaso para dialogar, para solucionar
civilizadamente los conflictos, de nuestro temperamento, de nuestro “valemadrismo”,
de nuestras pistolas, del desprecio e indiferencia que sentimos del semejante. El México donde José Alflredo Jiménez decía
que “la vida no vale nada”, es el mismo México, donde los automovilistas se mientan
la madre, donde no respetan los semáforos, ni las luces intermitentes del cambio de carril,
del rebase; donde tampoco se respeta los cajones de estacionamientos; donde los
vecinos tampoco respetan la paz y tranquilidad de uno, con fiestas o sin fiestas
nocturnas y música ruidosa, a las altas horas de la noche. El país, donde las
personas se burlan de la ley, del policía y donde se desestima, de todas las
autoridades.
El México neoliberal que entro a la globalización, no es el México
de las mil maravillas. Tampoco es el México de 1980 o el de 1960, o el de 1940
o 1910. Cada momento histórico tiene una complejidad, parecida, pero no igual. De ahí que no podemos decir que estamos “peor que
antes”, porque cada época fue diferente y la tendencia humana, en toda sociedad
moderna, siempre ha sido, aunque uno no lo crea, en mejorar siempre.
La construcción de una democracia, llevara mucho tiempo. Impera el
autoritarismo, la simulación, el clientelismo, pero aun así, la democracia que
hemos construido los mexicanos es algo valioso que debemos sentirnos
orgullosos.
Por ello no dudo, que quien gane la presidencia, ganara
legalmente; y que si “hay anomalías” o “fraudes”, no será por el sistema jurídico
electoral mexicano, tan rigurosos, ni mucho menos, por un “algoritmo de un software”,
mito inverosímil, sino que lo será por
la modernidad de nuestra joven democracia, la que inició a partir de 1997,
cuando esa Institución denominada antes Instituto Federal Electoral, se le
reconoció y otorgó, la atribución de organizar las elecciones presidenciales
del país, con el debido profesionalismo y autonomía, sin la subordinación del
Presidente de la Republica.
Cuando será precisamente el markenting político y los efectos
persuasivos que este genera sobre el público consumidor elector, quien lograra
influir en el resultado de la elección. Como sucede y ha sucedido en todas las
democracias elelctorales. Debemos pues ubicarnos en la modernidad y no vivir en
el lejano 1988.
Celebremos pues, que aun en tiempos de crisis, que aun, en el
supuesto de una victoria de Andrés Manuel López Obrador, este país no se derrumbará,
ni nacerá en una “cuarta transformación”.
México no es Venezuela. Su economía es diversa, no depende únicamente del
petróleo, si algo ha logrado los tratados comerciales de los últimos años, ha
sido esa diversidad económica que no existía hace más de treinta años.
Los cambios son buenos y
son la oportunidad valiosa, para rectificar y mejorar lo que se tenga que
mejorar. Darnos cuenta los mexicanos, de nuestra responsabilidad y de lo mucho
que tenemos que mejorar, será un gran avance.
Pero no pensemos que ese cambio lo generara el próximo presidente.
El que es borracho, perezosos, irresponsable, seguirá siéndolo, gane quien gane
la presidencia.
Este país lo hemos construido todos y lo seguiremos construyendo,
con trabajo, amor a la familia, a la patria, a nuestras raíces.
Voten sin miedo, que no pasara nada. Ningún ser humano es eterno. Ningún
proyecto político, tampoco lo será. ¡Si gana Andrés Manuel no pasará nada¡.
México es el país de instituciones que hemos construido. Jamás volveremos a
ser, el país de un solo hombre.