LA REVOLUCIÓN PAPISTA.
Si
efectivamente, habrá criticones que se lancen a criticar a diestra y siniestra, la designación del
nuevo jerarca de la autodenominada Santa Iglesia Católica Apostólica Romana.
¡Total¡.
Si el papa hubiera sido Italiano, las críticas de todos modos hubieran llegado
por tratarse un italiano; si hubiera sido de otra nacionalidad, fuera polaco o
alemán, e inclusive español, de todos modos lo hubieran criticado; y si hubiera
sido argentino, pues de todos modos también. Ese detalle nos hace recordar que dios
es Maradona.
¡Total¡. Si de lo que se trata es criticar, la
iglesia católica, tiene mucha historia de donde cortar; una infinita cantidad
de calificativos y leyendas oscuras que enumerar; habría que consultar la historia
y cualquier mente sensata, podía sanamente reprochar el cumulo de errores e
incongruencias de lo que una institución religiosa debiera ser y no lo es.
Pero
también hay que decir, que poco se sabe de la iglesia católica; y más aún, poco
se sabe de las órdenes religiosas; los críticos de la iglesia no logran
diferenciar a un benedictino, de un agustino, de un franciscano, un dominicano
o en este caso concreto, de un jesuita. La Iglesia católica lamentablemente en
esta época, ha convertido a sus clérigos, dos categorías: los pederastas y los
no pederastas.
En
mi caso, cuando hablo de la Iglesia católica, no hago más que recordar el bando
conservador que pacto con los estadounidenses y franceses en el siglo XIX, para
la ocupación militar de México; me hace recordar su postura reaccionaria contra
la revolución mexicana y su triste papel, corrompedor e hipócrita que muchos de
sus representantes han tenido.
También
me hace recordar, de vez en cuando a un Miguel Hidalgo, a un José María Morelos,
inclusive, hasta un Fidel Castro o un Subcomandante Marcos, ambos educados por jesuitas;
me recuerda también, a las frustradas revoluciones en centroamericana, en
especial a los jesuitas asesinados en el Salvador, y a los teólogos de la
liberación, tan criticados y censurados por Juan Pablo II.
Lo
cierto es, que la designación de un nuevo papa en la Iglesia Católica, me deja
muchas reflexiones, que quisiera compartir.
El
tema de la santidad, como una cualidad humana, una virtud ética; ser santo, es
una aspiración que cualquier persona debe tener, para ser bueno, puro,
incorruptible. Es un estado espiritual y moral de la persona, que muchos están lejos
de alcanzar.
Que
importante es ser “Santo” en estos días de tanta gente “cabrona”. Pareciera que
la “santidad” es sinónimo de pendejez e inclusive otros más lo confunden con la
ignorancia, holgazanería, la nobleza o el fanatismo religioso; y en verdad, no
es nada de eso; un tipo Santo, puede ser desde un monje tibetano que ora en su
monasterio ajeno a la moral maoísta comunista, o un líder indú como Mahatma
Ghandi que lucha por la independencia de su patria; o inclusive, porque no,
hasta un humilde sacerdote o pastor o líder de cualquier iglesia religiosa, que
lidia por dignificar su pequeña comunidad.
La
designación de un nuevo líder religioso, debe despertarnos un poquito la
conciencia global; hacernos sentir ante todo, que somos personas y que
deberíamos tener la capacidad, para exigir al semejante y exigirnos a nosotros,
una pequeña dosis de santidad; olvidarnos pues, aunque sea un instante de
nuestras vidas, de los rencores, envidias e hipocresías diarias; de aquellos “pecados”
pequeños o grandes, como les llama la iglesia; o bien, esos vicios, como bien
dice la ética; y que obviamente tenemos todos los seres humanos y que
constituyen sin duda alguna, en causa de nuestra infelicidad.
La designación de un nuevo Papa para la
Iglesia católica, debe también abrirnos un poco la conciencia, de por lo menos entender
la doctrina del catolicismo; no me refiero a lo que dicen esos 66 libros que
conforman la Biblia y aquellas discusiones dogmáticas, que muchos ministros
religiosos hacen, citando libro, capitulo y versículo bíblico; me refiero a otras
fuentes documentales de la doctrina católica, como pueden ser la variedad de encíclicas
papales, o bien, la que podemos encontrar en el catecismo de la Iglesia Católica,
en sus 945 parágrafos; o en los 1739 cánones que conforman el Código de Derecho
Canónico y que muchos de ellos, constituyen fuente histórica, para algunos tópicos
jurídicos, como lo es la teoría del acto jurídico, de las personas o del
derecho familiar.
En
fin, se me viene a la mente, la doctrina social de la Iglesia, en el que se
establecen principios morales de la persona, la libertad, la ley natural, de
los derechos humanos, del bien común, de la familia, de la empresa, del
mercado, de la autoridad política, el medio ambiente, de la democracia, de la
sociedad civil; en fin, no es admisible, ni sano, que se critique a la iglesia
católica del siglo XXI, con los argumentos del pensamiento crítico de la Reforma
del siglo XVI o de la ilustración del siglo XVIII; suponer que la iglesia no
evoluciono en su pensamiento, es mostrar con todo respeto, una soberbia
intelectual y falta de metodología para encontrar una acertada critica acorde a
la verdad.
La
llegada de un nuevo Papa Francisco I y la renuncia del anterior Benedicto XVI,
me deja muchos cosas pensando; una de ellas, es la oportunidad histórica de que
la Iglesia católica se refunde. ¡Es un imperativo moral y espiritual que muchas
almas necesitan hoy en día¡.
Como
“laico” de la Iglesia católica, así considerado en la doctrina católica, pero
más como persona con plena capacidad de conciencia y crítica, me gustaría que
la Iglesia convocara a un Concilio Vaticano y se pronunciara sobre la nueva fe,
la nueva moral, la nueva religión, la nueva sexualidad, que debe tener la
Iglesia y sus fieles.
La Iglesia debe modernizarse, si su papel es
evangelizar; debe ser incluyente con los “laicos” y “no laicos”, independientemente
de sus preferencias espirituales, religiosas, sexuales, ideológicas; debe
abordar tópicos de gran trascendencia científica, como la intimidad de las
personas, la competencia del sistema económico global neoliberal; pronunciarse
sobre asuntos de gran interés bioético que limita o cuestiona el progreso
tecnológico de la ciencia, como lo es la natalidad, el control de la
mortalidad, la clonación de seres humanos.
La
Iglesia pues, debe modernizarse, dejar esos hábitos conservadores e innovar, su
estilo de predicar, inclusive, adaptarse a las necesidades de una sociedad
biodiversa, tecnológica, critica. Inclusive, abordar temas delicados, que atentan
contra el instinto de todo ser humano, como lo es el celibato de los ministros
religiosos.
Cuando
hablemos de la Iglesia católica, olvidémonos por favor de los Borgia y la
cantidad de papas hipócritas y criminales que han existido; olvidémonos también
de suponer a los jerarcas de la iglesia como cómplices de gobiernos nefastos,
pues finalmente, como instituciones burócratas, compuestas por seres humanas,
no están excentas de fallas y atienden como a las demás naciones, a “razones de
Estado”.
Sólo
como un humilde “simpatizante” de la doctrina cristiana contenida en el catolicismo,
me atrevo a solicitar, que el mundo requiere de un liderazgo con capacidad de crítica,
a un sistema económico mundial que se caracteriza por la especulación
financiera, por el aumento de la pobreza, por la pérdida de los valores y el
deterioro ambiental.
Espero
que la visión de un jesuita y de un latinoamericano, tenga mucho que decir.
¡Espero,
la revolución de la Iglesia¡.