A MANERA DE PRESENTACIÓN; ¡EL TESORO DE SANTA ANNA¡
Escribir
es una medicina que ayuda muchos a sobrevivir diariamente. Es la forma que
tiene uno quizás de evadirse o de construir mejores realidades, en la que vive
uno. Existe ficción, pero también realidad, se trata de vivir en un estado de
las cosas, que aparentemente “no existe”, pero que sin embargo, ahí esta.
Quien
se vuelve escritor, se vuelve dueño de su mundo. Eso es mucho mejor, que
inconformarse, molestarse o simplemente, amargarse.
Pero
escribir y sobre todo, tratar de escribir una novela, uno debe de saltar todos
los miedos y prejuicios que se tenga sobre esa actividad. Quizás en lo personal, no tenga el talento
para hacerlo, pero en esta vida, no importa el talento, sino la constancia; de
nada sirve ser un maestro de las letras, sino se tiene la disciplina y la
constancia para hacerlo.
No
es fácil escribir y reescribir periódicamente, más cuando uno, no es artista,
ni estudio para hacerlo y se tiene una “vida oficial” donde uno realiza
distintas actividades; cuando uno simplemente, no se dedica de tiempo completo
a esta respetable profesión de escritor, cuando se destina al noble pasatiempo
de escribir, únicamente el tiempo que le puede quedar uno libre.
Yo
soy uno de esos escritores, que nunca pensó en dedicarse de lleno a esta
actividad. Pido disculpas a los que si
son escritores. Pero bien saben Ustedes, que cuando uno escribe, lo hace para
uno mismo, no para los demás. Que escribir, más que una enfermedad o adicción,
es la medicina o sedante, que mata la ansiedad, la tristeza, el enojo, la
desilusión, la falta de esperanza.
En
los años 2004 al 2008, me encontraba trabajando en la Secretaria de Seguridad
Pública del Distrito Federal y diariamente, recibía entre cuatro a diez
promociones, (a veces hasta quince), requerimientos en el que se ordenaba
cumplimentar juicios de amparo o preparar pruebas e informes, para los juicios
laborales. ¡Era una actividad
desgastante¡, más por la oficina en la que me encontraba, ninguna ventana la calle, nada de aire que recibiera, más que
un aire acondicionado todo ruidoso y polvoriento, a veces hasta friolento; una
oficina que si bien me daba privacidad, con los servicios de teléfono e
internet, la mera verdad, había momentos en que me sentía atormentado de la “burocratitis”,
esclavo de los requerimientos, represor de mis propios gustos y un auto censor
de mis expresiones.
En
ese tiempo, trate mucho con policías. Hombres y mujeres sencillos que laboraban
o habían dejado, por alguna razón, de laborar. Pero ahí estaban visitándome
diariamente y yo escuchándolos, atendiéndolos; no era para más, una Dirección
General, quizás de las más grandes en el Gobierno de Distrito Federal, incluía
una cuatro direcciones de área, cinco subdirecciones, trece jefaturas de unidad
departamental y un universo de ochocientos trabajadores, que nunca termine de
conocerlos, pero que sin embargo, trabajaban al servicio de la policía más
grande de América Latina. Aunque en verdad, el policía, era lo menos que les
importaba.
Sentía
frustración no poder hacer nada de lo que debía hacer. Era una tarea imposible.
Un mar no solamente de burocratismo, sino de corrupción, que se fue agravando
por los hechos políticos suscitados en la Ciudad con motivo de la carrera
presidencial del 2006.
Me
convertí en el abogado “que complicaba todo”, que hacía trabajar las áreas de
dicha dependencia, para “complicar” y “entorpecer” los asuntos, con la única
consigna, dictada desde los círculos más altos del poder, de “no cumplir”, “no
pagar”, “no reinstalar”. Había que limpiar la policía de sus malos elementos,
algunos de ellos verdaderos pillos que sólo esperaban su reincorporación al
servicio para tener, placa, charola y uniforme y continuar con sus actividades delictivas
en perjuicio de los habitantes de la Ciudad; pero había casos que no era así,
tipos o mejor dicho, policías, que amaban su trabajo, que tenían vocación, a
quien no podía aceptar ni tolerar, que todo ese aparato burocrático, del que yo
formaba parte, compuesto por más de ochocientos trabajadores, nos negáramos a
no escucharlos, a bloquearlos, a entorpecerles y obstaculizarles la vida.
En
aquel 2006, Andrés Manuel López Obrador, estuvo a punto de ser Presidente de la
República. Varios funcionarios, cercanos al entonces Secretario, estuvimos
plenamente convencidos de la necesidad de impulsar este cambio, aunque varios,
no pensaban lo mismo; La verdad de las cosas, es que hasta dentro de las
propias oficinas gubernamentales, existían personas indignas, verdaderos
corruptos, que aprovechando su relación de cercanía con el Secretario o el Jefe
de Gobierno, eran más pillos, que los policías a los que les complicaba la
vida.
No
podía hacer nada contra ellos. Cuando uno forma parte del sistema, es más
fácil, encajar en éste, a que el sistema entero, encaje en uno mismo. Eso es
imposible. Quizás por eso me volví escritor. No podía aceptar que mi alma, mi
intelecto, se corrompiera diariamente.
Y
por eso, en señal de protesta, decidí aislarme y escribí cuanta porquería veía
y no podía limpiarla. Lo hice en mi soledad, en mi aislamiento, en mi total secreto.
La
guerra presidencial del 2006, (porque en verdad, fue una guerra entre el
gobierno federal y el gobierno local), hubo batallas de requerimientos del juez
o de hacienda, multas y más multas, oficios urgentes y extraurgentes, de 24, 6
y hasta de 2 horas, que había que desahogar, como si fuera uno soldado,
dirigiendo a la tropa, para conseguir las copias, los nombramientos, los demás
documentos y obviamente, las rubricas y después las firmas. Inclusive, hasta
organizando las manifestaciones y apoyando en los plantones. El ambiente burocrático en el que me emergí
no me gustaba, pero me generaba adicción, me hacía reír, quería cambiarlo y en
mi loca soledad, así lo hice, me burlaba de ellos e impartía la justicia, que
desde mi escritorio no podría hacerlo.
En
el 2008, fui designado a cumplir una misión importante, para abatir la
corrupción dela Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal. Tome la
decisión con gusto y vocación, porque la persona que me lo había ofrecido, me
habló con sinceridad, con preocupación; porque realmente, pensé que contra esa
guerra de corruptelas, de funcionarios prepotentes, de víctimas y delincuentes,
había que hacer algo, para acabar este mal.
¡Pero
no pude¡. No fue suficiente la experiencia de mis colaboradores que trabajaban
intensamente para sacar el compromiso que desde los escritorios más altos del
gobierno, nos ordenaban, “sancionar a los Ministerios Públicos corruptos”.
Mi
escritorio lleno de quejas y denuncias, una base de datos en la que registraba
los movimientos de todos y cada uno de los expedientes y una memoria humana,
que quise convertirla en artificial, para tratar de ser más eficiente y eficaz
en mi desempeño como Director.
Mas
fechorías, más corruptelas, mas injusticias y arbitrariedades; y uno, con todo
el poder del Estado, con toda la confianza de los altos funcionarios, sin poder
hacer nada, a causa del tiempo que es corto, de los subordinados limitados en
capacidades y de los frenos políticos, a favor de los amigos y de cumplir los
“compromisos”.
Nunca
quise que mi alma se corrompiera y por eso, continúe escribiendo, lo que ya
había empezado.
Una
Directora General me acusó de “litigar” contra la Secretaria, hecho por demás
falso, porque lo que hacía en mis “ratos libres” de la oficina, era escribir mi
novela.
Me
hubiera gustado hacer muchas cosas, pero nunca, pensé, ni visualice algún
negocio. No era un servidor público que formaría parte del problema, sino que
era, una solución al mismo. Pero no pude, no me alcanzaron los clips, las
grapas, la tinta, los oficios, los expedientes, los acuerdos y las decisiones;
no me alcanzó el tiempo, ni los recursos humanos y materiales con los que
contaba.
Sentí
la experiencia de la guerra y de la frustración. Entre policías primero y
después, entre Ministerios Públicos, había logrado cerrar la pinza de mi mundo
imaginario. Un país convulsionado y polarizado en la política, de reformas
energéticas que anunciaban la privatización del petróleo y de una resistencia,
corrupta y desorganizada, que nada pudo hacer contra el despojo.
Decidí
escribir en un mundo dimensional, alejado del tiempo y de la realidad; ese
mundo fue precisamente, la guerra contra los Estados Unidos de América.
Escribí
en horas de oficina, pero también en las llamadas “horas nalga”, al que tanto
el Gobierno del Distrito Federal le gusta malgastar. Horas, donde los empleados
ya están cansados, hartos, fastidiados y son más propensos para cometer
errores, pero que los jefes, autoritariamente, ordenan hacerlo. Todo ello, en
contravención a la Constitución a los Derechos Humanos y a las normas de
trabajo.
Escribí
en los fines de semana, era mi mejor terapia desvelarme los sábados y
amanecerme en el domingo.
Lo
hice, desde una casita en Tecámac, Estado de México, de esas que logre obtener
a través de un crédito del FOVISSSTE. Una casita, ubicada en medio del campo,
alejado de la Ciudad de México, donde únicamente escuchaba los grillos y donde
mi esposa y mi hijo, se encontraban durmiendo.
Escribí
e investigue en los libros que me hacían olvidar de todas estas tragedias citadinas en
las que me vi envuelto. Al diablo la elección presidencial, la reforma
energética, la detención de Ahumada, la desaparición de las niñas, los muertos
del News Divine, la comparecencia del Procurador o el Contralor; al diablo, todas
y cada una de esas noticias convertidas en expedientes, repletos de normas
falaces, que un Tribunal o un vulgar cohecho, terminaba anulando. No podía ser
parte de esa cochinada, de ese sistema corrupto y tentador, que nada hace a
favor de la justicia, pero que todo lo hace, para salvarle el puesto y la
carrera para algún funcionario o simplemente,
encubrir una mentira.
En
diciembre del 2008, termine escribir “1847”. Quise hacer algo así como el Big
Brother mexicano, pero no me salió. La novela que escribí, me pedía que la escribiera. como ella misma me lo
dictaba. Fue así, como gradualmente, en enero del 2010, termine “El Tesoro de
Santa Anna”.
Escrito
el primer borrador, tuve que rescribirla. No me gusto. Tenía tantas faltas de
ortografía, que donde ponía los ojos, encontraba el error que había cometido. Párrafos
inentendibles y otros más, que tuve que cortar.
Lo
difícil quizás no sea escribir. Sino reescribir. Revisarse uno mismo. Criticarse y despedazarse
uno mismo.
Esa
paciencia de soportar la ansiedad de comenzar a trabajar, en mi proyecto
personal y no en la prefabricación de una mentira contenida en un oficio, un
acuerdo o in expediente, que sería utilizada para cubrir una estadística. Un
informe oficial que nada aportaba para abatir la corrupción y cumplir la
misión, que me habían encargado.
El
Tesoro de Santa Anna, le debo la capsula de escape, a mi realidad burocrática.
Dedo
agradecer a muchas personas en esta presentación.
A la
Licenciada Angélica López Pérez, mi alma gemela, que conoce, la verdadera
historia.
Al Maestro
Mario García Mondragón, quien después fue mi compadre; porque nunca supo lo que
hacía, pero sabía, que algo hacía. (Creo que hasta la fecha, sigue sin
saberlo).
Al
Licenciado Manuel Esaú Cruz Cruz, por no molestarme en los momentos en que
sabía que estaba escribiendo la novela.
A mi
Q:.H:. Rubén Martínez, eso de desvelarse varias noches por una auditoria, no
tiene más precio que la ingratitud y el despido injustificado. jejeje.
A mi
otro Q:.H:. el Licenciado Enrique González Tinoco, “Compayito”, por haberme
apoyado y llevado la obra, a la lejana Toluca, acompañado de mi amada esposa,
la Licenciada Deyanira Zárate.
Al
Licenciado Francisco Gómez Guadian y a la Licenciada Mirna Juanita Ortiz
Cornejo, por leer la obra y haberme hecho observaciones. De Guadìan, no olvido
el placer, de hablar sobre la historia de México, más cuando en la
conversación, se sumaba, el buen Licenciado Francisco Javier Ambriz
Alvarado. ¡Cómo extraño esas trivias¡. Nada
mejor, que hablar de “nuestro general, Antonio López de Santa Anna”.
A mi
amigo “Naquito”, el Licenciado Francisco Álvarez Rojas, por haberme apoyado
solidariamente a mi tristeza en aquellos días, cuando mi obra no ganó el
certamen del Bicentenario organizado por el Gobierno del Estado de México y en
que había que sacar el “destajo” los papeles de la prepotencia y la corrupción. ¡Cochito-cochito¡….¡Ven hijo, ven hijo¡….¡Ya
no aguanto, ya no aguanto¡” ….
Ni que decir, del compañerismo, de "La 4" y de los chicos de servicio social, que llegaron para quedarse.
A mi
asistente Erick Mojica, alías “Erickson Microsoft Manos de Tijera”, por
mantenerme actualizada la base de datos y haberme servido de asistente en
aquellos días.
A la
Licenciada Flor Elvia Dávila García, por su lealtad, su paciencia y profesionalismo, por haber sido mi mano
derecha y haberme ayudado “a sacar la chamba”, mientras yo revisaba y corregía el
borrador. Mientras que todo el equipo, se la pasaba trabajando.
A
Lulu, Martha, Marcela, Yanis, Cony, Jorge, Iván, Jaimes, Guillermo, Leonor, Catalina,
Sandro, Huergo, Cesar Montalvo, Diana Sol, Rossy Yedra y otras personas, que
fueron parte de mi vida, durante los días que escribí esta trama.
A mi
jefa Hilda, ejemplo de mujer, de sencillez, de constancia y disciplina.
Desde
luego. No se la puedo dedicar a Ruth, por haberme confundido con los tipejos en
los que ella se convirtió. Por no escucharme. Por dejarse llevar por el chisme
y no por mis palabras. Por haberse corrompido y haber confundido la institución,
con su visión patrimonialista. (Ella bien lo sabe).
Otras personas, ni siquiera valen la pena mencionarlas. Personas cuyos problemas chicos los hacían grandes, los problemas grandes no los entendían y lo que no entendían, nunca lo sabrán.
Hoy
presentamos, hasta donde yo sé, la primera blog-novela de mi país. Lo hago por
este canal en facebook. La libertad de expresión, es el derecho a informar, a
educar, a entretener, es algo que también se ejerce. Nadie, puede subrogarse
autoridad moral, ni jurídica, para censurarme.
La presente obra, se la dedico a mis compañeros de oficina, con los que conviví durante todos esos años. No sé si algún día tenga tiempo de escribir esas memorias, bien valdría la pena describir como funciona la administración pública desde adentro, quizás en otro momento.
Estoy
convencido que hay que innovar la literatura, educar al pueblo a la lectura,
enseñar derecho y política a los lectores. ¡Son tiempos de cambio¡. La
revolución informática modifica también, las nuevas formas de enseñanza, lectura y
entretenimiento.
La
entrega de cada capítulo está programada. ¡Será diaria¡. Me reservo el derecho
de editar esta novela, en una versión impresa y quizás, con las modificaciones
que la audiencia, atinadamente me observe.
Estoy
convencido en estos días en que las altas esferas políticas de los Estados
Unidos de América hablan de México, es
importante, hoy más que nunca, revisar y reinterpretar la historia, conocer que fue lo que llevó a que el pueblo y los gobernantes
de aquel entonces, nos heredaran, la mitad de patria, que ellos recibieron.
Espero
que el Tesoro de Santa Anna, nos dé a todos las respuestas que buscamos.
¡Gracias
a todos¡.
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