EL PENSAMIENTO IDEOLÓGICO MEXICANO (PRIÍSTA)
No
basta marchar y mentarle la madre al gobierno, para que éste caiga con todo y
sus poderes “fácticos”. Se requiere, más inteligencia que odio, mayor
participación que verbo, se requiere criterio y pensamiento crítico, ser más
abiertos en la discusión, en la tolerancia e inclusive en la negociación; se
requiere activismo ciudadano y obviamente, toda la fuerza, la creatividad, así
como el conocimiento jurídico y fiscalizador, para hacer posible, que este
país, realmente se transforme.
Primero
antes que nada, debemos quitarnos esas ideas obsoletas de “izquierda” y “derecha”,
de “buenos” y “malos”, “nacionalistas” o “neoliberales”; debemos dejar un poco atrás,
ese pensamiento ideológico priísta con el que muchos han sido educados, y
ponernos a pensar y aceptar, que el país, es plural, diverso, menos tonto o
manipulado; con problemas y retos mundiales que enfrentar, con varias
necesidades, una de ellas, el de elevar la discusión política y obviamente,
construir, administraciones públicas eficientes.
El
pensamiento ideológico priísta es el que debemos enterrar para siempre; dicho
pensamiento parte de un mito. Una mentira con el que muchos mexicanos crecieron
y que hizo posible, para desgracia actual, que el sistema político mexicano,
triunfara en la creación de su sistema educativo, que ya los sovieticos, con
sus 75 años de gobiernos socialistas, hubieran querido tener.
Cuales
son esos mitos fantásticos, con los que crecimos.
Primero.-
Crecimos creyendo, que hubo una Revolución Mexicana. ¡Mentira cruel¡. En México nunca hubo una
revolución, pero el mito fue tan genial, que nos dio identidad y unidad, que
forjó bien o mal, un proyecto de país, y que para el colmo de todos los
absurdos, hizo posible que tanto partidarios del régimen, como sus disidentes o
“reaccionarios”, abrieran un falaz debate, sobre esa revolución inexistente.
La
Revolución mexicana, aparte de haber sido manipulada por sus historiadores, de
haber convertido a bandoleros en revolucionarios, de porfiristas a constitucionalistas; la revolución crea dos
mitos más, la de un gobierno nacionalista y de una sociedad, que se reforma
gradualmente, para encontrar su propio proyecto de nación.
Segundo.- La
Revolución, pues por lo tanto, crea el mito del gobierno nacionalista. Un
México para los mexicanos; y eso explica en parte, que nuestra posición nacionalista,
nos hizo por naturaleza, en “antiamericanos”, en ver a nuestros hermanos
estadounidenses, no cómo “vecinos”, sino como nuestros adversarios, nuestros
enemigos; el odio con el que fuimos educados, hace que cada mexicano, guarde el
rencord y el resentimiento, a la política de pillaje y mercader, con el que los
Estados Unidos arrebato más de la mitad del territorio nacional durante el
siglo XIX.
En verdad, desconozco, si los japoneses odian a los americanos por las bombas atómicas, o los paraguayos odian a los brasileños y argentinos, porque también les arrebataron sus territorios; en verdad, cada nación crece en forma diferente, pero al menos en México, en mi México lindo y querido, el éxito del sistema educativo, no se podría explicar, cuando cantamos el himno nacional, e imploramos en el cantico de guerra: “que un soldado cada hijo te dio”.
En verdad, desconozco, si los japoneses odian a los americanos por las bombas atómicas, o los paraguayos odian a los brasileños y argentinos, porque también les arrebataron sus territorios; en verdad, cada nación crece en forma diferente, pero al menos en México, en mi México lindo y querido, el éxito del sistema educativo, no se podría explicar, cuando cantamos el himno nacional, e imploramos en el cantico de guerra: “que un soldado cada hijo te dio”.
El
nacionalismo mexicano tuvo mucha razón de ser, pero en México, nuestro
nacionalismo fue nuestro orgullo, de ser diferentes. No ser comunistas soviéticos,
pero tampoco, ser liberales como los americanos. Ni éramos partidarios del
liberalismo, pero tampoco del socialismo y para paradoja, nuestra revolución y
sus promesas de justicia social, eran de “índole socialista”, pero construida
en los cimientos, de una tradición y de una arquitectura constitucional, de “tipo
liberal”, en medio de esa contradicción, “liberal-social”, nacimos.
Nuestro
nacionalismo, por lo tanto, es nuestro sello de identidad. Soy mexicano y eso
significa, no ser como otro, sino simplemente, ser mexicano. Lo que es de
México, es de los mexicanos.
Ser
nacionalista, en la ideologia priísta, es ser “revolucionario”, pero también ser “institucional”.
Creer en los ideales sociales tanto de igualdad como de justicia social de los
trabajadores y campesinos; y también ser “institucionales”, para creer en nuestro
sistema jurídico republicano, democrático y federal. Representado en la fortaleza institucional de
nuestro gran líder.
Tercero.- Nuestro
proyecto de nación, es el otro mito con el que nos formamos. Es una creencia
que arrastramos desde la época de los aztecas, en pensar en el liderazgo del
sumo sacerdote y dirigente político, que nos llevara de nuestro éxodo, a
construir el gran imperio de México Tenochtitlán.
Construimos
el ideal de un “padre”, una autoridad justa, guerrera, combativa, que se hace
respetar a nuestros adversarios. Un padre autoritario, protector, por momentos
benevolente y obviamente nacionalista.
Ese
guía o líder, es el que conducirá a nuestro país a la gloria. Como si tuviéramos
pensamiento musulmán, creemos en Mahoma, o como si fuéramos judíos, creemos en
el “Mesías”; pero somos mexicanos, y creemos que nuestro Al Tlatoani, nos
llevará al camino correcto. ¡Bonita mentira¡. Porque con esa mentira,
construimos el poder presidencial, un poder omnipotente, divino, redentor, al
que le adjudicábamos todos los poderes humanos y extrahumanos que podía
recibir, una persona común y corriente, digna de la investidura divina.
Cuarto.-
Nuestro sistema educativo, construyó el mito ideal de que en el México
revolucionario, los mexicanos, construimos nuestro propio proyecto de nación,
el cual es liderado, por un hombre bueno, recto, honesto, sabio, justo y
justiciero, colérico, combativo y glorioso.
Pero
ese hombre justo, suele a veces ser un impostor, o bien, rodearse de
personajes oscuros y traidores; por lo tanto, nuestro sistema educativo, creó
una ideología de una lucha de clases, no entre proletarios y burgueses, sino
entre nacionalistas revolucionarios y traidores, estos últimos coludidos con
alguna potencia extranjera, llámese Estados Unidos, Francia, el Clero o
cualquier otro enemigo.
La
lucha que enfrentan los mexicanos en ese mito genial, consiste en esperar,
resistir y combatir a la traición.
El
peor delito o crimen al mito mexicano, es de la traición; la traición de la
malinche, la de Santa Anna, la de Porfirio Díaz, la “revolución traicionada”,
la “traición de la izquierda”, la traición, siempre el fantasma de la maldita
traición. La que termino venciendo, a
nuestros mártires, a Hidalgo, Morelos, a los Niños Héroes de Chapultepetl, a
Emiliano Zapata y a Francisco Villa. La traición, que se escribe con engaño,
con mentira y demagogia; que se sepulta con olvido e impunidad.
Gracias
a todos esos mitos ideológicos, que aprendimos en el sistema educativo nacional,
nuestro país, durante el “primer priato” (1929-2000), se pudo construir una sociedad
desigual, amparada en el discurso ideológico de la justicia social.
¡Es hora, que empecemos,
derribando esos mitos¡.