¡Y DESPUÉS DEL SISMO DEL 85¡ .... ¿QUÉ?
La noche del 20 de septiembre de 1985,
cuando se registro el segundo de los sismo, se había suscitado un rumor en cada
una de los hogares de la Ciudad de México. Se hablaba pues de un golpe de
Estado en contra del Presidente, no era para más, dos sismos de 8.1 y 7.7
grados, habían sacudido no solamente la tierra de la capital de la República,
sino también, las conciencias de miles y miles de mexicanos. Era el momento, en que el pueblo esperaba
ansiosamente, el actuar de su gobierno.
Entonces el Presidente Miguel de la
Madrid Hurtado daría un mensaje a la nación, esta vez, no hablaría ni de la
renovación moral, ni tampoco de la caída de los precios del petróleo, ni de la
inflación, ni de ningún otro tema que en aquella época se ventilaba; hablaría pues,
sobre lo que le interesaba en ese momento a millones y millones de mexicanos de
todo el país, que esperaban para esas horas, ansiosamente en la televisión el
mensaje presidencial; los canales 2, 4, 5 y 8 de Televisa, se enlazarían con
los canales 7 y 13 de Imevisión y el 11 del Instituto Politécnico; millones de mexicanos
frente a sus televisores, esperarían el discurso que tendría que decir “su líder”,
“su guía”, “el Presidente de México”. ¿Cuántos
muertos?, ¿Cuántos derrumbes?, ¿Cuánto dinero habría que gastar?, ¿Entraria o
no el ejercito?, ¿Aceptariamos ayuda internacional?. ¿Habría pues golpe de
Estado o no?.
“Compatriotas: Al dirigirme hoy al
pueblo de México, quiero compartir con ustedes el luto y la tristeza y
enaltecer también el espíritu de solidaridad fraternal que se ha manifestado
entre nosotros y hacia nosotros. Mi más profundo pésame a los que han perdido
familiares, amigos o colaboradores. Hago mía la pena de cada uno de ustedes por
estas pérdidas irreparables que no se pueden compensar con nada.
Su voz tibia, pausada,
nada comparable con la de su antecesor “el perro” José López Portillo, un
orador que conmovía al pueblo con discursos que enaltecían el orgullo patriota
y revolucionario de los mexicanos. Sin embargo, que podría decir ahora Miguel
de la Madrid Hurtado, hombre que en el apellido lo decía todo, estaba literalmente
“madriando” al país, con tanto recorte, con tanta inflación, con una actitud tibia
de no encarcelar a los ladrones del país, de no decretar la moratoria de la
deuda externa, de no hacer, lo que cualquier mexicano valiente habría hecho.
La tragedia que nos azotó el día de
ayer ha sido una de las más graves que ha resentido México en su historia. Hay
cientos de muertos y lesionados. Todavía no tenemos cifras precisas ni
completas. Aún hay atrapados en muchas construcciones, que no hemos podido rescatar.
Ninguna cifra, ningún dato, nada ni
nadie que reportar.
Frente al siniestro se han producido
no sólo actos de extraordinaria solidaridad por parte de los distintos sectores
de nuestro pueblo, sino inclusive actos que merecen plenamente el calificativo
de actos de heroísmo que mucho honran al pueblo de México. Quiero destacar las
tareas del Ejército y la Armada nacionales, de los cuerpos de policía, del
cuerpo de bomberos y de diversas asociaciones particulares de socorristas y
voluntarios. Es conmovedora la actitud de fraternidad y de solidaridad que está
mostrando el pueblo de México. Mi profundo reconocimiento a esa admirable
actitud.
Locatel, el sevicio de
localización telefónica que con tanto orgullo se anunciaba comercialmente en la
televisión con su memorable número 658-11-11, había recibido cuarenta mil
llamadas telefónicas, cantidad que superaba en mucho, a las 500 0 600 llamadas
telefónicas que recibía diariamente.
El gobierno de la República y los
gobiernos de los estados hemos reaccionado al máximo de nuestros esfuerzos y
capacidades. Infortunadamente -lo tengo que reconocer- la tragedia es de tal
magnitud que nos ha rebasado en muchos casos.
La tragedia era de tal
magnitud, que no había gobierno, ni poder presidencial, que lo pudiera
enfrentar. El Presidente pues, con su actitud tibia, pareció otra víctima más
del sismo, que el hombre valiente que esperaban millones y millones de
mexicanos; pareció pues, un cobarde. Hizo a muchos recordar la reencarnación de
un Moctezuma cualquiera, dispuesto asumir trágicamente la derrota, sin haber
combatido, ni peleado, ni muerto con dignidad de un Al Tlatoani.
No podemos hacer lo que quisiéramos
con la rapidez que también deseamos, sobre todo para rescatar vidas. La verdad es que frente a un terremoto de
esta magnitud, no contamos con los elementos suficientes para afrontar el
siniestro con rapidez, con suficiencia.
Pero ese día 19 y 20 de
septiembre, la televisión mexicana no se inmuto. Se siguieron transmitiendo las
telenovelas de Televisa Juana Iris, Angélica, Vivir un Poco; los personajes del
medio artístico: Victoria Ruffo, Raymundo Capetillo, Valentin Trujillo, Blanca
Guerra, Erika Buenfil, Sergio Goyri, Angélica Aragón, Rogelio Guerra,
cumplieron con sus actuaciones esa función social, de entretener a las
personas, hacerles creer a muchos, que los problemas que uno podían vivir
diariamente, eran nada a los que existían en el mundo telenovelero; que no
habría pues movimiento telúrico alguno, que suspendiera la programación de la
televisión, ni la telenovela favorita.
… Quiero también expresar en este
mensaje mi reconocimiento a los medios de comunicación por la forma responsable
y madura con la que han estado informando a la población y al mundo de nuestra
situación, para ubicar los problemas en su debida proporción: la tragedia es
grande, pero la capital de México no está arrasada; la capital de México, en
grandes segmentos, está volviendo a la normalidad, y, si bien lamentamos
profundamente los daños y las pérdidas de vidas, tenemos que informar que la
mayor parte de la ciudad de México sigue en pie y sus habitantes siguen
también, de la misma manera, en pie y afrontando la tragedia con un vigor
extraordinario.
Quizás ese fue el momento
más importante del discurso, “México sigue en Pie”, frase con la cual se podría
bautizar este discurso; el Secretario General de Protección y Vialidad, el
General Ramón Mota Sánchez, aquel que tenía la misión de depurar a la corporación
policiaca, después de los actos escandalosos de corrupción de su antecesor,
Arturo “el Negro” Durazo; ordenó éste que todas sus patrullas, adoptaran en el
parabrisas trasero una leyenda que dijera, “México
sigue en Pie”. Que mejor lema de un publicista priísta de la época, de
crear slogans para levantar el ánimo, de los miles y miles de familias
mexicanas, que a esas horas, dormían en la calle, con el temor y el trauma, de
que se viniera otro tercer temblor.
Frente al luto y la tristeza,
compatriotas, reforcemos serenidad, entereza y ánimo. Enterremos con pesar a
nuestros muertos, pero renovemos nuestra voluntad de vivir y restañar las
heridas que hemos sufrido. Estoy absolutamente seguro que estos sentimientos
prevalecerán sobre nuestra pena, sobre la pena que nos embarga a todos y que
sabremos todos, mediante actos concretos y perseverantes, lanzarnos decidida y
patrióticamente a las tareas de la reconstrucción, con vigor, entusiasmo y
férrea voluntad.
Hablaría pues de la respuesta
institucional que en encabezaba para enfrentar una de las peores tragedias que
nunca en la historia de la Ciudad, ni del país, habían registrado. Entonces, el
Secretario de Gobernación Manuel Bartlett Díaz y el general Juan Arevalo
Gardóquí Secretario de la Defensa Nacional, tenían que demostrar a la nación
entera, que no solamente eran efectivos para capturar peligrosos
narcotraficantes como “Caro Quintero” y “Neto Fonseca”; que el ejército
mexicano, no solamente podía reprimir estudiantes como lo habían hecho en 1968,
o capturar guerrilleros como lo hicieron en el Estado de Guerrero o bien, desfilar
sobre las principales calles y avenidas de la Ciudad de México cada 16 de
septiembre; ahora ambos tenían que demostrarle a su jefe, no el pueblo, si no
al Presidente de la Madrid, que podían organizar la fuerza del Estado para
enfrentar la crisis de emergencia nacional por la cual transitaba la Ciudad
capital. Demostrar también, que podían encauzar ese “poder estatal”, para
salvar vidas humanas y después, iniciar la reconstrucción de la Ciudad.
Y fue entonces, que se anunció que no
se suspendería el XIII campeonato Mundial de Futbol, México no suspendería sus
compromisos internacionales, como tampoco lo había hecho años antes con la
olimpiada; no suspendería la competencia deportiva, porque después de volar y
volar los helicópteros de Televisa, pudieron corroborar que el “Coloso de Santa
Úrsula”, el monumental Estadio Azteca no habría sufrido ningún daño, ni
siquiera una cuarteadura; la fiesta del futbol, pues, tenía que continuar.
Miles y miles de voluntarios se
sumaron a la tarea del salvamento de vidas humanas. Personas de escasos
recursos, estudiantes normalistas, universitarios y politécnicos; vecinos de
las colonias populares, gente que iba de todos lados de la Ciudad y de la
República, para sumarse a ese llamado espontaneo y solidario, que nadie había
convocado, ni las televisoras y radiodifusoras de Televisa e Imevisión. que lo
único que hacían, era continuar con la transmisión de su cartelera, como un
modo coercitivo de continuar con la “vida normal” de la ciudad antes del
sismo; seguir la vida rutinaria de todos
los días, como si nada, absolutamente nada, había transcurrido. Asumir esa
función responsable de no generar psicosis, de ubicar la tragedia nacional, en “su
justa proporción”.
Y entonces, aunque el tenor
continental Placido Domingo visitara a la Ciudad, no para grabar canciones de
Cri-Cri en los estudios de Televisa con Emmanuel y Mireille Mathieu, sino que lo hizo para sumarse también a la
ayuda solidaria de miles de mexicanos voluntarios, que con cubetas, palas y
picos, sus manos y sus alimentos improvisados, se disponían hacer, lo que el
gobierno no podía organizar. Fue entonces que el tenor continental, olvido su
voz, sus cuerdas vocales, su garganta, sus pulmones, su agenda artística; español
que actúo como un mexicano más, se puso éste la máscara, el gorro, los guantes,
el cubre bocas, las gafas; olvido rasurarse, comer, bañarse, dormirse; recordó
con sus hermanos de dolor, lo humano que era también él y su familia, que se encontraba
en esas horas, sepultados entre las ruinas del Multifamiliar Nuevo León de
Tlatelolco; desde ahí, la estrella internacional de la opera, hizo recordar a
los medios de comunicación que lo entrevistaban, que el mundo de la farándula,
podía también bajar al ras de piso para atender los asuntos que debía de
interesar a todos. Que podían desde luego, olvidarse de los foros, las cámaras,
de los escenarios y los maquillistas.
Ante esta situación, el Estado tenía
que actuar con toda firmeza y fuerza institucional, debía este desempeñarse como único titular del monopolio
de la violencia; y mostrar a ese pueblo controlado y subordinado, que quien
mandaba, era el gobierno, no ellos.
Y fue por eso, que se implementó el
Programa DN-IIIE, aunque esa clave o código secreto no se sabía que significaban,
pero se escuchaba impactante para cualquier oído: “¡De-Ene-Tres¡”. Aunque los chistes populares decían que
significaba “¡De nada, de nada, De nada¡”, lo cierto es que la Secretaría de la
Defensa Nacional aclaró que significaba: “Auxilio a la Población en caso de
Desastre”. El gobierno, con todo y su
plan militar, se sumó a la sociedad civil, con sus soldados, vestidos de color
azul y casco gris, otros de verde, fuera el color que fuera y de la metralleta
que cargaban en sus hombros; el Estado tenía que demostrar que ellos también
podían organizar el rescate de vidas humanas. Pues ante la solidaridad de los
voluntarios que en forma de hormiguitas, limpiaban los escombros, ellos, los
representantes del gobierno, traerían la maquinaria pesada para mover los
escombros de forma rápida y segura.
Y entonces, el Estado convocó a los burócratas,
a los trabajadores al servicio del Estado, muchos de ellos victimas también del
derrumbe de los propios edificios públicos que el gobierno había construido años
antes y que por una cuestión “casual”, se habían derrumbado en los sismos. Esos
mismos burócratas, médicos, enfermeras, policías, bomberos, ingenieros
sobrevivientes de los derrumbes; todo el recurso humano que se requiriera para
salir delante de la crisis, salieron a ganarse la quincena, sirviendo ahora si
a la sociedad, más de lo que podía ofrecerles sus escritorios, sus sellitos,
sus formatos y sus maquinitas de escribir.
La Cámara de Diputados por su parte
guardo un minuto de silencio y después de ello, ordenó crear una comisión especial
pluripartidista que se abocara a investigar los alcances de la tragedia y
proponer acciones. Dicha comisión recayó en un diputado chiapaneco e nombre
Sergio Valls Hernández, quien junto con otros diputados, se dispusieron a
solicitar información al Jefe del Departamento del Distrito Federal, al Secretario
de Gobernación, al Secretario de la Defensa Nacional y a cuanto funcionario se
les ocurrieran.
El informe que rindió el diputado ante
el pleno de la Cámara de Diputados fue patético: 9, 089 muertos, 4, 830
heridos, 2, 420 atrapados, 5,638 desaparecidos; la corrupción y la negligencia
del gobierno mexicano, había hecho en poco tiempo y en forma espontánea, lo que
las dictaduras militares de Chile y Argentina habían conseguido: ¡Aniquilar a
su gente¡.
252 edificios derrumbados, 165 más
dañados, 3 mil cadáveres rescatados entre los escombros, 1,500 más atrapados
entre los escombros; treinta mil damnificados, diecisiete mil pernoctando en
albergues públicos y los otros trece mil, durmiendo en la calle. ¡Esa
era el tamaño de la desgracia¡. 600 rescatistas provenientes de Alemania,
Suiza, Inglaterra, Israel, Canadá, Italia, Francia, Suecia, España y Estados
Unidos; también de Colombia, Venezuela y Costa Rica; y hasta 500 perros
adiestrados; todos ellos, sumándose a la brigada de voluntarios y de burócratas,
trabajando sin cesar las 24 horas, para rescatar el mayor número de vidas
humanas.
Pero lo mejor del informe rendido por
el diputado Valls, fue su mensaje emotivo, “Pueblo y gobierno siguiendo el
ejemplo del Presidente de México, Miguel de la Madrid, miramos de frente al
porvenir y (para) vencer la adversidad"; frases tan trilladas, como “seguiremos
construyendo la grandeza nacional." "¡Muchas gracias¡" … Los aplausos de los
300 diputados priístas se escucharon estruendosos, ante la férrea y contundente
crítica de los diputados de oposición.
El diputado del PSUM Arnoldo Martínez
Verdugo denuncio la omisión de una entidad gubernamental llamada FONHAPO, Fondo
Nacional de Habitaciones Populares, de no haber hecho obras de mejora en 42
edificios de Tlatelolco, entre ellos el Edificio Nuevo León; inclusive hasta
dio nombres de responsables, Roberto Eibenschsutz Hartman, quien se desempeñaba
como Subsecretaria de Desarrollo Urbano y Enrique Ortiz Flores Director de
dicha entidad, quienes no hicieron nada ante las peticiones de los vecinos
organizados de Tlatelolco y por ende, pedía toda la acción del Estado en contra
de dichos servidores públicos; pero dicha posición fue criticada de demagógica por
la diputada del PRI Elba Esther Gordillo Morales, electa casualmente por los
vecinos de dicha unidad habitacional, a quien en su discurso dijo, que los “tlatelolcas”, los jóvenes y los niños,
los adultos creían en el gobierno, creían en los principios de la Revolución, que
habían sentido la cercanía de su
gobierno y de sus dirigentes; y ante la rechifla de muchas de las personas que
habían acudido en la sesión, dijo que ella estaba organizando a los vecinos de
Tlatelolco, para conformar “comités de vigilancia”.
Otro diputado, del PST, Efraín Jesús
Calvo Zarco, denunció al ejercito de acordonar las zonas de los derrumbes e
impedir, las actividades de rescate que llevaban a cabo los voluntarios; objeto
el informe del diputado Valles, dijo que prácticamente la Colonia Morelos
estaba destruida y su gente, habitaban en las calles. Pero el diputado del PRI Jesús Murillo Karam
invito a sus compañeros de dejar la lucha partidista, de olvidarse de los
intereses personales y minúsculos, para enfrentar el drama nacional y asumir los verdaderos intereses nacionales. “ante el
incendio, salvar al bosque y no al árbol”; la diputada del PST Beatriz Gallardo
Macías denunció 472 derrumbes en la Delegación Cuauhtémoc, 78 de ellos,
vecindades; exigió reforma urbana, expropiación, fondo de reconstrucción; pero
en ese mismo debate, el diputado del PRI Juan Moisés Calleja García dijo que en
la tribuna no se pensaba en el dolor y en la solidaridad, sino en el
proselitismo, que había que apoyar las medidas del gobierno, al menos lo estaba
haciendo el movimiento obrero, que no había que criticar por criticar, hablar
por hablar, sino actuar como auténticos mexicanos, como lo estaban haciendo los
trabajadores del país, acreditar la solidaridad y el apoyo absoluto al gobierno
de la República. Su mensaje fue perfeccionado con la intervención de la diputada
también del PRI, Beatriz Paredes Rangel, quien dijo que el gobierno de la
República estaba cumpliendo con su obligación, que la Cámara de Diputados debía
de asumir una actitud digna, solidaria, de auténtica entrega y representatividad
popular, que no era válido, hacer proselitismo con una desgracia o tragedia
nacional.
Los aplausos priístas abarrotaban
estruendosamente la sala del pleno. El PRI ganaba el debate del sismo, por
tener a los mejores representantes del pueblo. Sin embargo la crítica “proselitista”
de los diputados de oposición no fue avasallada. El diputado del PSUM Jorge
Alcocer, propuso la suspensión temporal de todos los juicios de desahucio,
discutir la canalización de fondos de la reconstrucción para la vivienda
popular, dictar una ley de emergencia, fincar responsabilidades; el diputado
del PAN Federico Ling Altamirano acusó al Jefe del Departamento del Distrito
Federal de no contar con planes de emergencia, después de lo ocurrido un año
antes en San Juanico, pidió descentralizar la ciudad, también fincar responsabilidades;
sin embargo el discurso del diputado del PMT Heberto Castillo Martínez es
demoledor. Dijo que hacer críticas al gobierno no era traicionar a la patria,
tampoco deslealtad; que debía de atenderse a las razones técnicas, no responder
con palabras a las angustias; rescatar sino las vidas humanas, si al menos los
bienes de los más necesitados; no cerrar los ojos a la corrupción, deslindar
responsabilidades pero por razones técnicas, no por señalamientos, sino por los
peritajes de los colegios de arquitectos y de ingenieros; iniciar la reforma
urbana; sin animo partidista, participar juntos en el llamado, recordar que la
tragedia fue de todos los mexicanos.
Fue el despertar de la sociedad civil,
la caída del sistema político, el terremoto de las conciencias, afuera las
payasadas retoricas de la clase política mexicana, el endiosamiento de la
figura presidencial, el poder autoritario de un gobierno desenmascarado ahora
como ineficiente, sino también de corrupto e impune.
Abajo los discursos, las pantomimas,
las frases rimbombantes que enarbolaban el nacionalismo y la revolución, en la
voz de una clase política sin legitimidad, ni autoridad moral; de una autoridad
irresponsable, mil veces rebasada e insegura.
Aquellos damnificados, perdieron sus
casas, sus seres queridos, otros emigraron de la Ciudad a otros Estados de la
República, “donde no temblara”; mientras que los que no pudieron salir,
defendieron su identidad de barrio, la cual se veía amenazada, ante los planes
secretos del gobierno de ubicarlos en otros lugares; alejados de sus
comunidades.
El mes de octubre de 1985 fue el mes
de la movilización popular, miles de mexicanos se concentraban en el zócalo y
en marchas improvisadas, que se dirigían a la Residencia Oficial de los Pinos,
porque querían hablar con su Presidente, nada mejor que la arrogancia y la
prepotencia de la clase política, para no atender las demandas ciudadanas, para
hacerse sordo, insensible y continuar, en su circo de simuladores. “El Presidente no podía atenderlos. Regrese
otro día”.
Cómo apoyar a un régimen cuya clase
gobernante, no tomo el pico y la pala, sino que desde sus lujosas oficinas, aclamaban
los discursos retóricos, falsos, demagógicos, de solidaridad.
De decir una y mil veces hasta el
cansancio.
¡México sigue en Pie¡.
El 8 de octubre el gobierno no pudo
resistir estar sostenido con el único pie que le quedaba. Ante las presiones de
una sociedad civil que comenzaba organizarse, fue que decidió finalmente,
emitir el decreto expropiatorio de más de 5,500 inmuebles.
La lucha vecinal iniciaría, por sus
derechos económicos, sociales, culturales y ambientales; sobre todo su derecho
al trabajo y a la vivienda; el gobierno del Presidente Miguel de la Madrid lo
sabía bien; no se diga su Secretario de Gobernación Manuel Bartlett Díaz. ¡Jamás
la vida pública del país sería la misma, mucho menos la de la Ciudad de
México¡.
Era el fin del sistema, el PRI
perdería la próxima elección federal. Perdería por siempre su apoyo y respaldo
popular. Perderían y serían borrados por siempre de la historia.
El terremoto del 85, fue lo que dio
origen, a la caída del sistema de 1988.
La historia de México cuenta con dos
años claves que lo transformaron para siempre.
1968 ….
¡Y el terremoto de 1985¡.