GALILEO: ¡SE MUEVE ... SE MUEVE ...SE MUEVE ...¡

Por supuesto que nunca falta la gente envidiosa, “mala”, cizañosa, quienes hacen de su lengua, la representación manifiesta de su podredumbre y miseria de su alma; más que disgustarme de ellos, me dan risa, me comparezco y aunque se escuchara absurdo, les guardo respeto y reconocimiento. Pero lo cierto es que esa gente siempre existieron y hasta la fecha aún siguen existiendo, se encuentran en las oficinas, las fabricas, las escuelas, en las familias y en todas partes, personas que no pueden ocultar o simular su envidia, su frustración, su falta de reconocimiento y ambición al poder; que creen curar su decepción, con la conjetura, la intriga, la hipocresía y todo aquel disfraz que se requiere para esconder la frustración y el fracaso de sus vidas personales.
Ahí tienen la vida de Galileo Galilei, excelente escritor y divulgador de la ciencia, víctima de esta envidia y bajeza moral; era la época en que Italia se iluminaba con hombres geniales, los años en que el protestantismo era perseguido por la Santa Fe de la Iglesia Católica y ya habían muerto para aquellos entonces, los dos genios del renacentismo: Leonardo Da Vinci y Miguel Ángel; pero faltaba la aparición en el mundo, de otro genio igual de grande que estas dos personas y aunque si bien, también tenía facilidades para el dibujo, la escultura y las manualidades, el ámbito en que incursiono Galileo, lo fue en la ciencia.
Galileo estudio en la Universidad de Pisa allá por los años de 1580; su padre quería que fuera médico y por ende estudiaba medicina; sin embargo en las aulas de la Universidad descubrió su verdadera vocación, donde aprendió la física de Aristóteles, otro gran genio de su época; supo entonces que en el universo en que vivía, el centro de todo, era el planeta tierra, sobre el que giraba la luna y todos los planetas; ese universo inmenso que todas las noches observaba Galileo se componía de dos regiones, la sublunar sobre la que giraba la luna y en el que existían los cuatro elementos básicos: agua, tierra, aire y fuego; existía también la otra capa del universo, era la externa, que ocupaba el espacio existente entre la luna y las estrellas fijas. Al menos eso era lo que le decían sus maestros, monjes que repetían sus clases como impartiendo un sermón sobre el púlpito de una iglesia, como siempre en forma mecánica y tan repetitiva, sin haber encontrado el joven Galileo, en esos maestros, el amor a la ciencia y a las matemáticas; lo que si le pudo inculcar uno de sus mejores maestros, nada menos y nada más que el matemático oficial de la Corte, Ostilio Ricci. El joven Galileo se olvido de la medicina y se convirtió en el más ferviente estudiante de matemáticas. Lo que provocó que desertara de la Universidad, para convertirse posteriormente, en profesor particular de matemáticas.
El joven Galileo, siempre admiro al genio de Arquímedes; cientos de años en el tiempo los separaba el uno del otro, pero para el conocimiento, no hay fronteras, ni de tiempo, ni de lugar; Arquímedes seguía viviendo en Galileo y parte de Galileo, era la voz y el conocimiento de Arquímedes. También había sido un lector de la Física de Aristóteles y de los estudios de Tolomeo, ni que decir la geometría de Euclides y la Lógica de Porfirio. El joven Galileo, encontró su vocación en la física y empezó a realizar experimentos para comprobar si esas ideas en que luego pensaba y graficaba en los pergaminos, eran producto de la realidad o de su mera imaginación. Los primeros resultados daban a Galileo la comprobación científica de sus ideas y debía de darlas a conocer a todo el mundo, no por buscar fama y reconocimiento, sino porque la belleza de la verdad que encontraba era tal, que por eso debía compartirla. Trató  e insistió una y otra vez más, en convertirse en docente de matemáticas en la Universidad de Bolonia donde fue rechazado, por no cumplir con la debida currículo, lo mismo le ocurrió en Padua, Pisa, Florencia; en fin, el joven Galileo vivió su época de desempleado, habiendo sido subsidiado en sus gastos personales, por su padre Vicencio, a la muerte de este, no faltaron algunos mecenas que financiaron sus estudios, en eras de requerir los servicios de algún ingeniero civil o militar; de un inventor de cosas raras o de un simple y humilde profesor de matemáticas.
Galileo Galilei conocería después a un científico de la época, llamado Guidolbaldo de Monte, quien había hecho estudios de mecánica y sobre uno de los tópicos que bien conocía Galileo, respecto a la gravedad de los sólidos.  Ambos científicos compartieron opiniones, inclusive Guidolbaldo financió la primera publicación de Galileo que trataba sobre el centro de la Tierra; obra que en cierta forma influyo para que Galileo tuviera curricula y finalmente fuera admitido como catedrático en Matemáticas en la Universidad de Pisa.
El joven galileo no era el maestro que tanto odiaba, de esos que repetían sus sermones y creían en la física aristotélica; se negó a usar la toga y consideraba a sus compañeros docentes, como fariseos o sofistas del conocimiento, quizás porque estos eran religiosos y estaban mas preocupados en la administración de los conventos, que por la enseñanza de la ciencia y la creación de nuevo conocimiento; por lo tanto, la estancia de Galileo en Pisa fue corta, tan sólo de tres años, para que no le dieran cátedra; tiempo suficiente que le permito refutar a su maestro Aristóteles y comprobar mediante experimentos que hacía al subir en la Torre de Pisa, y dejar caer desde esa altura, una pluma y un pedazo de plomo, descubriendo que ambos tardaban en llegar al suelo al mismo tiempo, sin importar su peso. Un experimento, que solamente lo podría hacerlo un descerebrado mental, a quien se le ocurre subirse a la torre más alta de pisa, para aventar cosas, luego bajar y volver a subir. ¡Qué absurdo¡. ¡Que tipo tan raro¡.
Galileo Galilei de veintiocho años de edad, siempre aspiro a convertirse en profesor de matemáticas en una de las mejores universidades de su época y en la que años antes, lo habían rechazado. Tras un concurso de oposición logro la titularidad de la cátedra, ascendiendo de forma gradual en el ámbito académico, como un científico de “ideas raras”, relacionándose en esos años, con el circulo de políticos e intelectuales de la Venecia de aquel entonces, acudiendo a reuniones sociales en donde se discutía secretamente, sobre los acuerdos que cuarenta años antes había adoptado el clero católico en el Concilio de Trento, en el que se otorgaba el poder a los clérigos y a la Santa Inquisición para interpretar las sagradas escrituras, ni que decir, el Índice, donde se señalaban los libros prohibidos de la época. Galileo, quien acudió a esas tertulias, nunca pensó que ese poder, algún día lo tendría que enfrentar.
Galileo cargando siempre sus papeles, con aquella pluma y tinta, escribía en las noches sobre sus observaciones, obsesionado por su curiosidad, tomaba nota de lo que observaba y repetía una y otra vez el mismo experimento, hasta encontrar patrones comunes, consecuencias predecibles, describir variables y modificarlas a su antojo, para ir descubriendo poco a poco esa verdad, ese misterio y todo aquello, que le permitiera precisamente, refutar la teoría astronómica en la que se había constituido el conocimiento científico de los astros durante unos dos mil años: ¡No era fácil proponer contra la verdad absoluta y reconocida en todas partes: El centro del universo es el planeta tierra, ¡y nada más¡  era el dogma en que debía de creerse; no hacerlo, podría ocurrirle lo que en esos años le había pasado a Giordano Bruno; y aunque Nicolás Copérnico y Johannes Kepler, científicos de la época presumían que el centro del universo era el Sol, dicha afirmación sólo era una mera especulación, una hipótesis, nada cierto y comprobable; nada que pudiera afirmarse y demostrarse científicamente, salvo que algún valiente o rebelde, se atreviera hacerlo.
Y ese rebelde era Galileo Galilei, quien para esos años, había inventado el compas y el termómetro, pero el mejor de sus inventos era un “tubo mágico” que le llamo telescopio y que permitía ver lejanas distancias como si fueran cercanas; claro, no falto como siempre el envidioso quien lo acuso de haber cometido plagio, pero en fin, no era tanto que Galileo inventara el telescopio, sino que fue, quien lo comercializo y lo hizo un instrumento digno para la gente curiosa que gustaba observar la luna y las estrellas; además que otra imputación podía hacérsele al maestro de Padua, quien sostenía polémicas con otros profesores, respecto a la validez de la física aristotélica. Así que el maestro Galileo siempre daba notas académicas que discutir, en un ambiente político en que el gobierno de Venecia era desconocido por el Papa Pablo V.
El maestro Galileo continuaba con sus experimentos, entre palancas, poleas y catalejos, trataría de descubrir el misterio de la gravedad, la mecánica en su fase dinámica y estática, ni que decir de la óptica y las lunas de Júpiter que descubría o bien, sobre los cuernos de Venus o las constelaciones de la Vía Láctea; nada mejor que observar en el ambiente y en el telescopio, el movimiento de los cuerpos, para ir descubriendo las leyes universales que rigen el Universo. ¿Qué importaba conocer la opinión del clero católico y los dogmas de la física aristotélica?. Lo importante era ir desentrañando cada uno de los misterios ocultos que nadie, se había ocupado en hacerlo. De ver más allá, de lo que los ojos humanos no pueden ver.

“El Mensajero Sideral” fue la obra de Galileo Galilei que se reproducían en miles de ejemplares por toda Venecia, sus tesis científicas sedujeron a personajes notables que no duraron en contratar los servicios profesionales del científico, uno de ellos, el gran Duque de Toscana, que cuadruplico los ingresos que percibía el maestro como docente en la Universidad de Padua. De esa forma, el maestro, tendría el tiempo necesario para continuar y concentrarse con sus estudios, abandono Venecia y se expuso, a la crítica y acoso, de los censores de la época, nos referimos a la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana.
¿Y su familia? ¡Bien gracias¡ Había heredado las deudas de su padre y procreo tres hijos con una prostituta, que posteriormente las enclaustro en algún convento hasta el día de su muerte. También tuvo una amiga de nombre Alessandra Bocchineri, a quien por su posición social, no podía impedir que sus conversaciones con ella produjeran escándalo y celos a las personas que como siempre envidian y cuchichean de todo. Galileo entonces, como cualquier persona, sabía que el amor era importante, pero más importante lo era su pasión, hacía aquello que le urgía descubrir, esperar en su casa ansiosamente el atardecer y salir en la penumbra, en la oscuridad de todas las noches y escuchar el canto de los grillos, preparar los catalejos de sus telescopios y ver y nada más ver, como se prendían y se apagaban las estrellas, observando pacientemente, el movimiento de la luna; tomando nota y haciendo dibujos, para posteriormente, a la luz del día, tratar de interpretar, para corroborar sus hipótesis y describir sus axiomas y elaborar sus teorías y formularse nuevas preguntas que investigar.
Entonces Galileo visito Roma, y tuvo la ocurrencia de entrevistarse con él Su Santidad el Papa Pablo V,  quien a través de otro científico, el cardenal Berllarmino se convirtió a cuestionar al maestro Galileo, para conocer si las teorías de este, eran acordes a la doctrina de la santa fe. Galileo dio respuesta a lo que la comunidad de científicos le preguntaba, con respuestas falaces, no se animaba a decir no, pero tampoco decía si, su lenguaje era ambiguo, persuasivo y dejando abierta la posibilidad de que sus teorías eran ciertas y se encontraban debidamente fundadas.   Luego ingresaría a la Academia de Linces en Roma, donde junto con otros científicos se atrevió afirmar que el Sol tenía manchas lunares, afirmación que causo la indignación de algunos miembros del clero católico, quienes sostenían que dicha afirmación constituía en decir, que el Sol, no era perfecto y que Dios por lo tanto, no podía haber creado cosas imperfectas. Inmediatamente un matemático perverso, de nombre Francesco Sizzi se dedicó a documentar y objetar teológicamente las teorías de Galileo, como también lo hiciera Ludovico dele Colombe quien lo califico de “matemático enredador” y otros científicos, quizás con el ánimo de defender a Galileo, se atrevieron a afirmar que seguramente, “los lentes de su telescopio, habían ido los culpables de dichas afirmaciones”. Pero el maestro Galileo insistió en no responder esas acusaciones; de nueva cuenta volvió originar polémica, cuando publico “Cartas sobre las manchas solares”, obra escrita con un lenguaje más sencillo, financiada por la Academia de Linces y que se imprimió en miles de ejemplares; era de esperarse que el Cardenal Berllamino y la comunidad de científicos y teólogos pegaron el grito en el cielo, cuando cuestionaban nuevamente a Galileo, este respondía ahora en términos teológicos, con la filosofía de San Agustín, dándose la tarea de explicar cual era el alcance de las Sagradas Escrituras y cuál había sido la intención de Dios, diciendo también, que el Creador había dotado a los seres humanos, de sentidos, lengua e inteligencia, para poder aprender lo que las Escrituras, no hacía mención. Sin embargo, este tipo de respuestas, seguían sin convencer. La envidia, se disfraza, es paciente, tarde o temprana, saca su verdadera cara.
El 21 de diciembre de 1614, se oficializo el primer ataque contra Galileo, desde el pulpito de la Iglesia, Fray Tommaso Caccini critico abiertamente las teorías de Galileo, sobre el movimiento de la Tierra y por otras ideas, igual de absurdas, como insinuar que el sol tenía manchas o que la luna, no era esférica. No faltaron otros tipejos, que esculcaron la correspondencia del maestro, obtenidos seguramente por medios coactivos, descubriendo una carta de Galileo, donde exponía abiertamente esa teoría, lo que basto que este monje inteligente, Fray Caccini, expusiera ante el Tribunal del Santo Oficio su acusación, primero atacó a los miembros de la Academia de los Linces, por ser enemigos de la Santa Iglesia Católica, porque estos, habían tenido nexos con sacerdotes herejes y elaboró según su inteligencia limitada, la acusación más grave de todas, por afirmar que todos los planetas, al igual que la tierra, giraban alrededor del sol. ¡Que barbaridad¡. Ese barbón hereje, tenía que rendir cuentas de sus ideas locas y pecaminosas.
El Cardenal Berllamino habló con el maestro Galileo y lo invito a que abandonara sus teorías absurdas que lo único que hacían, eran cuestionar la “infalibilidad” del Papa; cuando el maestro trato de defenderse, le recordaron, que tenía que ser “buen cristiano”; entonces Galileo, fue tolerante y guardo silencio, abandono Roma y acepto, que sus teorías, eran solamente hipótesis sin comprobar, aunque sabía que las había comprobado, no era el momento de hablar, ni de defenderse ante esas conciencias tercas y dogmaticas, que se sentían dueños de la verdad absoluta; Galileo tenía que ser paciente y permanecer callado, ante las cabezas mas enanas, que no veían mas allá, de lo que sus sentidos le permitían. En cambio Galileo, miraba hacia la Vía Láctea y las constelaciones del zodiaco, encontrando a Venus y a Saturno. Que le importaba el regaño del cardenal, habiendo cosas tan importantes; Galileo como buen político, tenía que entrevistarse con el Papa Pablo V, presentándose quizás como “cristiano arrepentido”, evitando entrar a polémicas con gente así que no lo comprendería jamás. Entonces a partir de ese momento, Galileo se volvió en el dueño de su silencio. Su principal censor, debía ser paciente y perfeccionar más, sus dotes de mostrar sus teorías de tal forma, que sus censores no se percataran de sus descubrimientos científicos.
En el “retiro”, Galileo, volvió a dar otra vez la nota, habían pasado dieciséis años de aquel primer incidente con la iglesia Católica, más de 192 meses en que el tiempo debía de olvidar aquellas disertaciones supuestamente científicas que le habían provocado problemas; parecía que el olvido lo curaba todo, en esos dieciséis años, ya habían muerto el Papa Pablo V y también el terrible Cardenal Berllamino, quien alguna vez quemo en la hoguera a Giordano Bruno, por haber sostenido tan pecadora idea; y entonces, Galileo, pensó que las cosas habían cambiado, que la nueva administración en el Vaticano sería diferente a la de su antecesora, entonces decidió romper con su silencio y publico otra obra, esta vez de los cometas, dando origen nuevamente a la discusión de la teoría heliocéntrica, que otro científico contemporáneo de nombre Copérnico, también se atrevería exponer.  El nuevo Papa Urbano VIII conociendo los antecedentes del matemático extravagante, se dio a la tarea de entrevistarse con aquel viejo científico de nombre Galileo, para invitarlo a que expusiera sus ideas, como meras hipótesis. Galileo, entonces volvió a guardar silencio. Comprendió que la Iglesia católica seguía siendo la misma, sin haber cambiado.
El segundo silencio de Galileo no fue por mucho tiempo. Acudió con el impresor Cesare Marsili e imprimió treinta y mil ejemplares de su obra “Dialogo sobre los dos máximos sistemas del mundo: Tolomeo y Copérnico”, ensayo donde de nueva cuenta, el maestro Galileo volvía a tocar el tema de las manchas solares y sobre el movimiento de la tierra al sol; pronto algunos padres jesuitas estallaron en cólera y el Inquisidor de Florencia ordenó el secuestro de todos los ejemplares que se encontraban en venta y de considerarse oportuno, se procediera ir casa por casa, para recuperar los demás libros prohibidos. A esta reacción, el Vaticano designo un comité de Investigación para que comprase el libro denunciado, compuesto por los “Vigilantes de la Santa Fe”, uno de ellos confesor del Papa Urbano VIII, el otro un jesuita enemigo de las teorías de Copérnico. El Comité presentó un pliego de ocho acusaciones, entre ellos un documento firmado por el difunto Cardenal Bellarmino donde amonestaba a Galileo; a todo ello, Su Santidad el Papa, exigía la rectificación de Galileo. Un diplomático de nombre Niccolini trato de interceder por el genial físico, pero el Papa, no perdonaría más, otra falta del hereje de Galileo, quien tenía que ser juzgado por sus pecados. El Embajador inclusive habló del riesgo de que Galileo muriera en el viaje, de visitar Roma, pero la orden del Vaticano era clara, tendría que comparecer así fuera encadenado y por el traslado, no había mayor respuesta burlona que decir: “mejor lo hubiera pensado antes de escribir esa herejía”; lo trasladarían si fuera preciso en una litera, pero tendría que comparecer ante el Tribunal del Santo Oficio, para responder uno a uno los cargos que la Inquisición le había formulado.

El viejo Galileo llegó al Palacio del Santo Oficio el 13 de abril del 1633, donde fue hospedado y donde recibió por demás un trato especial; en su primera comparecencia frente al Inquisidor Vincenzo Maculano y el Fiscal Carlo Sincero, ante un público de monjes dominicos, Galileo fue ferozmente interrogado por el Inquisidor, quien trato de confundir su inteligencia y evidenciar, el desacato que hiciera el maestro a la orden del Cardenal Barllemino: “Que acaso no juró que no debía sostener, ni defender ni enseñar esa opinión, en modo alguno, ni oralmente, ni por escrito”; le preguntaban en forma altanera e intimidante, Galileo respondía: “No recuerdo que el mandato me fuera comunicado”, pero el viejo comenzó a sentir miedo de que aquel interrogatorio, deparara en la sala de torturas, donde le harían expiar su culpa y el pecado de mentir ante ese tribunal de hombres justos. En las siguientes audiencias, el Tribunal ofreció como medio de prueba en contra de Galileo, su propia obra, que por cierto no tenía los sellos de los censores y que en algunos de sus fragmentos, se refería como “estúpidos” y “enanos mentales” a quienes no creían en las teorías de Copérnico. “Reconoce haber escrito esa obra”… “¡Conteste¡”…”Le recuerdo que está bajo juramento ante los ojos de Dios misericordioso”.
Entonces el Inquisidor Maculano continuo con los hostiles interrogatorios, teniendo frente a él, a un inculpado inteligente, buen orador, excelente argumentista, que no daba muestra alguna de confesar sus faltas, ni aunque jurara frente a Dios y ante la biblia. Una y otra vez más el Inquisidor insistió y trato de ofuscar la inteligencia del viejo Galileo, finalmente cansado del interrogatorio, el Inquisidor perdió la paciencia y termino por amenazar a Galileo y le recordó sobre los otros recursos legales que podía emplear el Tribunal, para conocer la verdad de los hechos, le describió entonces en qué consistiría los tormentos, el hambre y las celdas frías que le esperaban, el sufrimiento que le esperaba de persistir su actitud. “Rogad al Abad os indique el sitio donde pueda disponer de los instrumentos de tortura”, “Confesad antes de que os permanezca tres días en su celda amarrado de manos y pies, y le muestren los aparatos con el que expiara su culpa, antes de que la picota le penetre el ano, de que permanezca colgado, desnudo, sin comer, de que resista esa gota de agua que le partirá el cráneo, de que permanezca encerrado entre picos que le sangraran y no le permitirán respirar; confiese, antes de que sus brazos y sus piernas, se estiren al grado de romperse, y sienta el dolor de que sus dedos, sus manos, sus pies, se rompan para siempre, quedando de por vida, lisiado; confiese antes de que el verdugo decida limpiar su alma para garantizarle el perdón de nuestro Señor; le advierto que en la tortura será asistido en los santos oleos y evitaremos, que se le mutile o muera prematuramente, no sin antes, se lo aseguro, de escuchar su arrepentimiento, a través de una confesión plena, voluntaria, purificadora”. Entonces Galileo, asustado, cobarde ante el dolor, de imaginarse viejo, en una celda llena de ratas y con su cuerpo destrozado, ciego, cojo, manco, mudo;  humano después de todo, termino por confesar que efectivamente, alguna vez el cardenal Berllamino lo conmino a que no enseñara esas teorías y que no obstante de ello, infringió su juramento. Galileo, reconoció su crimen. Desacato un mandato judicial; difundió y enseño ideas falsas. Invento en contra del dogma y las santas escrituras, que la Tierra daba vueltas alrededor del Sol.
Galileo escribió una carta en el que refirió que tras varias jornadas de permanente y meditada reflexión, recordó que a dieciséis años de haberle sido informado sobre la prohibición absoluta de mantener, defender o enseñar “en modo alguno” la idea del movimiento de la tierra e inmovilidad del sol, se dio a la tarea escrupulosa de verificar minuciosamente su escrito; pero que después de haber leído su libro al máximo cuidado, se percató que en algunos de sus pasajes, cualquier lector podría pensar como verdaderos teorías falsas y por ende, se disculpaba de cometer esos errores, por haber cometido argumentos ingeniosos y creíbles, incluso favorables a esas falsas ideas, reconociendo su falta y su exceso de orgullo y de ambición, de neta ignorancia y de falta de visión. Con esta declaración escrita, Galileo pretendió retractarse. Era preferible esa carta y no padecer el sufrimiento del potro, la picota o la máscara.
La carta fue celebre y criticada en algunos círculos académicos, pues el mundo entero se hallaba pendiente de lo que ocurría en Roma, el caso era sonado en todas las cancillerías, universidades, iglesias, palacios, grandes mansiones, gremios comerciales y sociedades culturales, todos tenían conocimiento de que estaba siendo juzgado uno de los hombres más sabios e importantes del mundo. Un hombre acusado de Herejía y que comparecía ante el Tribunal del Santo Oficio, para responder ante sus faltas, como nunca lo habían hecho otros herejes, que si lo debieron de haber hecho, pero que nunca lo hicieron, por mencionar algunos de ellos, Calvino y Lutero, quienes si protestaron en contra de la infalibilidad del papa y de Su Santidad el Papa.  El juicio de Galileo Galilei fue simbólico, no era la teología contra la ciencia, era la venganza de la Iglesia católica, contra todos los libres pensadores que desafiaban su autoridad y sus dogmas; no era tampoco Galileo, eran los protestantes y aquellos príncipes europeos que desafiaban el poder de Dios en la Tierra, que dudaban de la infalibilidad de su Santidad el papa; alguien tenía que pagar por esas faltas y esa persona, obviamente era Galileo. El viejo barbón de ideas raras, chocantes, loco, hereje, que embaucaba y engañaba a gente ignorante, que la separaba del camino de la fe, que les mentía y los alejaba de la palabra del Señor.
La furia del Vaticano era total, no bastaba esa carta excusatoria, el viejo sabio maestro de matemáticas, físico e investigador,  tenía que reconocer su falta ante el salón principal del Palacio de la Santo Oficio y reconocer frente a los cardenales de la Santa Iglesia Católica, su falta grave; tenía que hacerlo de rodillas, arrepentido, humillado, vencido, doblegado. Con sus setenta años de edad y en la posición incómoda de permanecer hincado, frente a todos sus enemigos que se congraciaban por su derrota; así humillado, el viejo juró que siempre creyó y creería todo lo que sostuviera,  predicara y enseñara la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana. Reconociendo en público, que en su momento le fue impuesta judicialmente la pena de que desistiera por completo la falsa opinión de que el Sol era el centro del mundo y permanecía este  inmóvil, mientras que la Tierra no se hallaba en el centro y se movía; y también para que nos sostuviera, defendiera ni enseñara de ningún modo ni de palabra ni por escrito dicha doctrina, que era contraria a las sagradas Escrituras. Asimismo, aquel viejo vencido y humillado, confesó su falta, consistente en haber escrito e impreso un libro en el que discutió esa doctrina condenada, y que por ese hecho, era sospechoso de herejía.
Se había hecho justicia, el viejo arrogante había sido humillado, el mismo reconoció en publico, hincado y arrepentido ante Dios y los jerarcas de la Iglesia católica, que todo lo que había escrito, era vil basura, mentiras, viles herejías, producto de una mente loca, que contravenía los principios elementales de la física aristotélica y de las sagradas Escrituras, ni que decir, de la infalibilidad de Su Santidad El papa.
Galileo se retracto de todo lo que escribió, enseño, divulgo, investigo; se retracto de todas y cada una de sus clases, de sus años joviales en que se subía en la torre de pisa y aventaba un costal de plomo y otro de paja; de aquellas tardes y noches en que observaba el movimiento de los astros, de los “tubos mágicos” que le dieron popularidad, de las tertulias con sus amigos y mecenas que le pagaban por enseñarles, álgebra y trigonometría; Galileo dijo en público que deseaba borrar de las mentes de Sus Eminencias y de todos los cristianos creyentes esa grave sospecha, que razonablemente había concebido contra suya;  con sincero corazón y no fingida fe, dijo las palabras que su conciencia le hizo traicionarlo, abjuro de sus errores y herejías dichas, y las maldijo y detestó, como en general a todos los demás errores y a todas las demás párrafos que de algún modo fueran contrarios a lo que decía la Santa Iglesia, y juro ante sus acusadores, que en el futuro nunca volvería a decir ni afirmar, ni de palabra, ni por escrito, nada que pudiera dar origen a similares sospechas; juro y prometió cumplir y observar en su integridad cuantas penitencias le fueran impuestas. Y para muestra de su juramento, firmo el documento que minutos antes había leído. Aunque en su mente y en su corazón, y para la historia, desde lo más profundo de su ser se dijo: “Y sin embargo, se mueve”.
Galileo Galilei fue condenado al arresto domiciliario; jamás volvió a escribir esas teorías absurdas y aberrantes, se le prohibió inclusive salir a la calle a escuchar la misa, así como recibir obsequios, así el hombre castigado, fue perdiendo poco a poco la vista, mas no su autoestima y su ansiedad de descubrir aquellas leyes que desgraciadamente los hombres de su época no lo entendía; en sus años de encierro hizo un tratado de mecánica, y constantemente recibía visitas en su casa del Inquisidor, quien revisaba el cumplimiento de su juramento, así como su estado de salud que iba degenerando.
“No lo torturamos”, el reo simplemente confeso su falta y pudo darse cuenta del error que vivía; no era cierto que había envidia, no eran los maestros envidiosos de Padua, los científicos aristotélicos, no era tanto los monjes dominicos, ni siquiera el cardenal Berllamino o el Papa Urbano VIII, no era ni tampoco que todas esas personalidades tuvieran la habilidad matemática de resolver ecuaciones y de llevar a cabo una bitácora de anotaciones diarias, durante todos las noches, de todos los años; no era ni siquiera que se defendiera la fe y el pasaje bíblico de que el sol permaneció quieto por un día; en verdad no era nada de eso; simplemente, la verdad que escondía ese juicio, era que se trataba de Galileo y todos los ahí presentes, odiaban a Galileo, odiaban y lo detestaban, simplemente lo envidiaban y la envidia, no es más, que aquello que los seres bajos desean tener, pero que jamás podrán adquirir.
Pero así es el mundo, nunca falta la gente envidiosa, “mala”, cizañosa, quienes hacen de su lengua, la representación manifiesta de su podredumbre y mísera alma; había que darnos risa y compadecernos de la visión del mundo que tienen, de su vista y de sus sentidos, que no les permite conocer, mas allá de las estrellas; de sentir a dios, en sus leyes incomprensibles, de descubrir aquellas cosas grandes, que nunca entenderán y que se morirán, sin haberlas entendido.
La envidia mato a Galileo, los científicos, religiosos, maestros y todos aquellas personas que no podían explicar su odio hacia aquel hombre. Fueron ellos, quienes aprovechándose de su posición política, de su intriga perversa y su conjetura, humillaron la vida de este señor y mancillaron su conocimiento, poniendo en duda su credibilidad y la veracidad de sus ideas.
Después de todo, que bueno que existieron hombres como Francesco Sizzi, Ludovico dele Colombe, Fray Tommaso Caccini, el terrible Cardenal Berllamino, el Papa Urbano VIII, el Inquisidor Vincenzo Maculano y el Fiscal Carlo Sincero, por citar tan solo algunos de ellos; que bueno que existe gente como ella, que intriga, conspira, y daña con su lengua falaz, llena de odio y resentimiento; que bueno, en serio, que existe gente hipócrita como estos; porque gracias a gente así, los seres humanos de ahora, tenemos la memoria, de personas grandes e inmortales, como Galileo Galilei. A quien más de trescientos años de su muerte, sus verdugos y acusadores, tuvieron la oportunidad histórica de pedirle perdón.
Pedir perdón … una actitud humana, por aquellos envidiosos que no pueden perdonarse, su falta de talento y genialidad.
Que siguen sin comprender…la verdad de todas las cosas …
Que todo se mueve …se mueve …se mueve …





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